El Sistema y Celulita (Padre e Hija) seguían avanzando en la experiencia para vivirse y conocerse.

Seguían creando una realidad en la que ir rompiendo límites, abrir desconocidos horizontes y experimentar infinitas probabilidades.

Estaban a punto de dar un paso de gigante, un paso que, millones de años más tarde les llevaría a dar un paseo por la Luna.

Eran geniales.

Se necesitaban el uno al otro y juntos formaban un tándem abundante, poderoso y magistral.

Por separado eran NADA.

Uno, el Sistema, era NADA porque no tenía cuerpo físico, solo era energía poderosa y creadora, y el otro, Celulita, era nada también porque sin el Sistema no tenía energía creadora, solo cuerpo físico, solo era barro.

Celulita tenía que ser humilde porque sabía que sin el Sistema, ni siquiera tendría VIDA.

Pero juntos eran TODO.

Eran una bella melodía, en la que los dos eran indispensables para que sonara música celestial en el paraíso.

El Sistema iba creando pantallas y Celulita las vivía.

Hasta ahora todo iba funcionando a las mil maravillas.

Nada hacía presagiar el fatal desenlace que tiempo después sucedería.

Hace unos cuatro millones de años,  en el continente africano hubo un choque de placas, lo que provocó grandes grietas en la corteza terrestre y que a lo largo de kilómetros aparecieran grandes y altas montañas.  

Allí, en plena naturaleza, rodeada de sus amigas las plantas, las flores, las aves, los insectos, los animales, vivía Celulita, saltando, brincando y jugando en lo alto de los árboles verdes y frondosos. Árboles, que a la vez utilizaba para esconderse de los peligrosos depredadores que se movían por abajo.

Con la aparición de las montañas en la sabana africana ocurrió algo inesperado.

El clima cambió.

Esas montañas se convirtieron en un muro infranqueable para la humedad que venía del océano Índico hacia el interior, la temperatura empezó a subir y los árboles empezaron a desaparecer.

Al cambiar el clima, la sabana africana fue quedándose prácticamente sin árboles, lo que hizo que Celulita, que vivía tranquila y a salvo en lo alto, se fuera quedando sin escondite y sin comida.

Celulita empezó a temblar de miedo.

La necesidad apretaba cada vez más.

Sobrevivir o morir.

Esa era la cuestión.

El miedo a morir en aquel ambiente árido, seco y extremadamente caluroso agobiaba a Celulita acostumbrada a vivir en un hábitat verde, frondoso y apacible.

Así que Celulita no tuvo más remedio que tomar la decisión más importante de la historia. 

Tomó la decisión de bajar a tierra.

Allí abajo, el MIEDO la traicionó…

Durante dos millones de años, sin la protección de los árboles, tuvo que enfrentarse a la sequía, a las altas temperaturas, al hambre, a los grandes depredadores que acechaban, a la enfermedad, a la muerte de los suyos, al frío de las noches y a ese vacío existencial de sentirse sola frente a un cosmos infinito, demasiado imponente, que le provocaba verdadero terror.

Celulita todavía era automática, no tenía inteligencia.

Estaba muy asustada y no entendía nada.

Solo sentía un terror indescriptible que quedó para siempre grabado en su biología.

Sufría.

Se sentía amenazada.

Sobrevivir en un ambiente tan hostil hizo que Celulita grabara en lo más profundo de su cerebro emocional, que ese vals que durante miles de millones de años había estado bailando en sincronía, era una amenaza.

Grabó que la VIDA era peligro de muerte y amenaza.

Fue un “error” de percepción.

Muerte y amenaza eran las condiciones, pero nunca lo fueron ni la VIDA ni el Sistema.

El Sistema seguía amándola infinitamente y la VIDA seguía dándole abundancia.

Pero Celulita, enajenada por  el “MIEDO ORIGINAL”, cayó en la trampa, empezó a desconfiar del Sistema y a querer largarse de la VIDA.

Aquel AMOR infinito que se profesaban había empezado a truncarse.

Celulita ya se había “infectado” por el MIEDO.

CONTINUARÁ…

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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