Cuando alguien o algo te molesta, la primera reacción es la de acusar.

Y culpabilizar a los demás de tus males.

De tus desgracias o de tus infelicidades.

Porque tú has hecho, porque tú me has dicho, porque tú eres…

Todo es tú, tú y tú.

Hoy quiero que sepas una cosa.

Cuando acusas a alguien (con el típico gesto de la foto).

Un dedo señala al exterior.

Pero los otros tres te señalan a ti.

Así que párate y respira.

Porque no es el exterior.

No son ellos.

Eres tú.

En un recóndito lugar de tu inconsciente hay una brecha abierta.

Y cuando sucede algo en el exterior relacionado con esa brecha.

Sea lo que sea.

Te escuece y te duele.

Y evidentemente, claro.

Saltas a la yugular.

Pero la solución no es saltar a la yugular.

Ni atacar.

Ni siquiera defenderte.

Eso no soluciona nada.

Solo hace que te vayas quedando cada vez un poquito más solo.

La solución es sanar.

Limpiar tus heridas.

Y cuando las sanes, el mundo no te molestará.

Todo lo contrario.

Cada vez lo amarás más.

Porque lo único que te separa de los demás y del mundo es tu propio dolor.

Sea el que sea.

Es la única barrera que existe para tu propia felicidad.

Si no tuvieras dolor tóxico acumulado, serías amor puro.

Y lo que obtendrías por pura atracción, sería lo mismo.

A lo largo de tu vida has acumulado muchas carencias afectivas, muchas heridas y muchas grabaciones emocionales.

Unos más que otros.

Son precisamente las que no te dejan fluir.

Las que te generan más dolor son las de tus padres.

Pero hay otras que son peores.

Las que te generas tú mismo culpabilizándote y castigándote día a día.

Unas, de forma consciente.

Pero esas ya las conoces.

Pero hay otra muchísimo peor.

Es la propia culpabilidad inconsciente.

Que ni siquiera conoces.

Y es la que muchas veces te hace reaccionar contra los demás.

Porque te recuerdan algo por lo que tú te castigas.

Y crees que son ellos que no te comprenden, no te quieren, no te respetan…

Pero no.

Eres tú.

Que te tienes castigado en la sombra.

Y ni siquiera te das cuenta.

Dejará de dolerte el día que realmente te perdones.

Pero de verdad.

Desde tu interior.

Hoy te propongo un ejercicio potente para lograrlo.

Y estaría bien que antes de hacerlo te leyeras uno de mis post sobre la culpa.

Que escribí en marzo.

Lo puedes buscar por el nombre “al menos, no te quemarás”

Y una vez lo hayas leído, escoges un lugar donde estés cómodo.

Te sientas.

En el suelo, en el sofá, en la cama, en la silla.

Donde quieras.

Lo importante es estar relajado.

Cómodo.

Suelta los brazos.

No cruces las piernas.

Cierra los ojos.

Empieza a respirar lenta y profundamente.

De forma abdominal.

Siendo consciente sólo de tu respiración.

Repasa tu cuerpo de arriba abajo como si fueras un escáner.

Y cuando estés completamente relajado visualízate a ti mismo delante de ti.

Deja que tu inconsciente haga el trabajo.

No pienses, no fuerces.

Sólo respira y relájate.

Ya te vendrá una imagen tuya.

Y cuando te tengas delante, empieza una conversación contigo mismo.

Perdónate por todo aquello que hiciste y no supiste hacer mejor.

Perdónate por todos estos años.

Perdónate por todo aquello que te ha causado tanto dolor.

Perdónate por haberte castigado tanto y durante tanto tiempo.

Perdónatelo todo.

Permítete soltar toda la culpabilidad que llevas encima.

Y acéptate tal y como eres.

Libérate.

Cuando te hayas liberado.

Abrázale (abrázate).

Fúndete en un abrazo.

Dile que le amas tal y como es (te amas)

Amate e intégrate a ti mismo en tu corazón.

Y cuando sientas que te has integrado en tu interior.

Con tres respiraciones lentas y profundas, abres los ojos.

Y lo haces cada día.

Tantos como sea necesario.

Hasta que sientas que te has perdonado.

Y te has liberado de todo tu dolor.

Mejor por las noches antes de acostarte.

(prepárate pañuelos, porque en algunos casos es potente)

Y lo complementas por las mañanas, con este otro ejercicio.

Te pones delante del espejo.

Y mirándote a los ojos.

Como si tu reflejo te estuviera mirando fijamente.

Te repites diez, doce, quince veces cada día.

“Te amo, te perdono, te valoro y te apruebo y estoy dispuesto a cambiar”.

Durante el día si te acuerdas, te lo vas repitiendo.

Así durante un mes.

Y si te olvidas un día.

Vuelta a empezar.

Ya tienes entreno para rato.

Si quieres volar, hay que perdonar.

A ti, el primero.

Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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