La mente distorsiona la vida desde que el hombre es hombre.
Dicho en otras palabras y hoy me permito ser vulgar, lleva dando por culo miles de años.
Desde el pecado original, ni más ni menos, dando el coñazo.
Desde que apareció el bien y el mal.
Desde que nos separamos.
O bien o mal.
O tú o él.
O yo o el mundo.
Y en lugar de sumar, de tomarlo todo a nuestro favor para vivir en el paraíso, aprendimos a restar y a juzgar a diestro y siniestro, negando así la mitad de la existencia.
Y claro, dando tanto por culo, al final nos mandaron al infierno.
Que, en realidad, no nos mandó nadie.
Ahí está el libre albedrío.
Nos mandamos nosotros solitos.
Pensando, pensando, pensando, creyendo, creyendo y juzgando, juzgando fuimos derechitos a las calderas del infierno.
Y ahí seguimos.
Hace miles de años.
Con la mente todavía dando por ahí.
Y nosotros permitiéndolo.
Y lo que queda.
Porque el juego va de esto.
De bajar aquí, a este planeta, entrar en la “jaula“ de la mente, vivir en el infierno para darte cuenta de esto no es ninguna jaula, aprender a salir de ella y tomar consciencia de que el cielo ya está aquí.
Y cuando sales de la jaula… “voliá” (vualá)…
Te das cuenta de una cosa.
Hay vida después de la mente.
Todo vibra de una manera diferente.
No sabría decirte cómo, pero totalmente diferente.
No es una vida común y aburrida como la que te hace ver la mente.
Es una vida maravillosa y sorprendente.
No porque tengas más coches, más dinero, ligues más o seas más conocido.
Esto es lo de menos.
Esto tiene importancia dentro de la jaula, pero no fuera de ella.
Fuera de ella, sólo es una consecuencia.
Cuando estás fuera de la “jaula” no es importante lo material (que no quiere decir que no guste y no se pueda disfrutar).
Fuera de ella cobra importancia lo inmaterial, aquello precisamente, que cuando estás en la jaula no te das cuenta ni de que está sucediendo.
El aire que respiras.
El agua que te bebes.
La flor que se abre.
La hoja del árbol que se cae.
El cuerpo que permite que te muevas por aquí.
La emoción que sientes al vivir las experiencias.
Los ojos que abren tu mirada a los colores de la vida.
Las caricias que das y que recibes.
La vida que hay en los niños que corren por el parque.
El amor y la energía que hay en todo lo que vives a cada instante.
La sabiduría que recogen las arrugas en la piel.
La sensibilidad y el amor que brota en una pareja que se abraza.
El inmenso valor de un segundo de tu vida y de las personas a las que amas.
Y así podría llenar páginas enteras con cosas a las que ni siquiera damos importancia.
Eso sí.
El día que se te haya acabado la partida y estés a punto de partir, sea cuando sea, todo aquello que dentro de “la jaula” te parecía muy importante, el dinero, el trabajo, la fama, las facturas, la casa, los coches, la lucha, las palmaditas en la espalda, el estatus social, la valoración externa, el qué pensaran los demás de ti, etc, etc…se te habrá olvidado en un momento, y todo aquello trascendente a lo que no habías hecho ni caso, en micromillonésimas de segundo, cobrará la mayor de la importancias porque estarás a punto de perderlo sin haberlo siquiera respirado ni sentido, y por la urgencia del momento, ya será demasiado tarde para recuperarlo.
En ese justo instante te darás cuenta de que has estado en “la jaula” toda tu vida, perdiendo lo único que tenías y que, por miedo, jamás conociste, sentiste ni utilizaste.
Tu auténtica libertad.
Rafa Mota
Personal Coach
Estoy en una etapa dd mi vida, que es lo que busco, pero yo misma solo yo y mi mente, me hacia creer, que es de bohemia, y de irresponsable, actuar en esa busqueda
No sabes cuando he perdido en el camino, x no ir antes en esa direccion, y lo que acabo de perder x ir en esa busqueda
Algo me dice sigue sigue adelante
Pero mi mente me la esta jugando muy duro