La vida es muy simple.
Tan simple que se reduce a tres palabras.
La vida ES.
Ya está.
No hay más que hablar.
Aquí se acabaría el escrito si lo aceptaras.
Pero no lo aceptas.
Así que vamos a seguir hasta que lo aceptes.
O al menos lo “veas”.
La vida ES la que ES.
No otra.
La gran mayoría lucha contra lo que es.
Los que no luchan, se resignan.
Otros aceptan sólo lo que les conviene.
Otros “parece” y simulan que lo aceptan.
Pero no.
En realidad, no lo aceptan.
Y muy, muy poquitos aceptan la vida plenamente.
Contados.
Y les llaman maestros.
Porque de tan simples, son tremendamente luminosos y expansivos.
Como la vida y la naturaleza.
Si lo aceptas ya estás en el cielo.
No hay que buscar más.
Ya has abierto la luz.
Hay paz.
Hay felicidad.
Hay aceptación.
Hay respeto.
Hay valoración.
Hay vida.
Hay conexión.
Hay amor.
Hay perdón.
Hay expansión.
Hay comprensión.
Hay ayuda.
Hay compasión.
Hay unicidad.
Si no lo aceptas, estás en el infierno.
Porque en realidad quieres la que NO ES.
Y como quieres la que NO ES, estás todo el día fuera de la que es para estar en la que no es.
Y así, no sólo estás fuera sino que estás frustrado.
Vives en una guerra constante.
Vives la lucha.
La discusión.
El conflicto.
La rabia.
La frustración.
El miedo.
La venganza.
La queja.
La incomprensión.
La separación.
La desconexión.
Y la dualidad.
E instalándote aquí, resulta que estás siempre enfocado en lo que no es y no lo en lo que es.
Ves lo que no tienes y te olvidas de lo que tienes.
Vives en la carencia y no en la abundancia.
Ese es el conflicto.
Que no vives lo que ES.
Vives lo que ES pensando en lo que NO ES.
No estás en el presente y desprendes energía negativa.
Y a la mente le encanta este juego.
Le encanta llevarte al paredón.
Porque haciéndolo te deja sin alma.
Te deja KO para fluir con la vida.
Te deja completamente dormido.
Y tú no eres consciente.
Y no sólo no eres consciente sino que sufres, luchas y te desgastas.
Y esto sirve para todo.
Para tu vida.
Para tus relaciones.
Para tu familia.
Para tu pareja.
Para tu hijo.
Para tu hija.
Para tus deudas.
Para tu trabajo.
Para tu jefe.
Para ti.
Y para TODO.
Y es lo que en realidad no te deja vivir en paz y serenidad.
Te lo voy a explicar de forma muy visual para que lo comprendas y mañana dejes de pelearte.
De discutirte.
De insultarte.
De cabrearte.
De indignarte.
De quejarte.
Y de estar en guerra contínua.
Con el mundo o contigo mismo.
A ver si consigues estar en paz.
Y así cambiando tú, cambiarás al mundo.
Porque tú y tú y tú y tú y todos somos el mundo.
El mundo sólo es el resultado de nuestro nivel de consciencia colectivo.
Nos estamos quejando diariamente de algo que en realidad somos.
Inconscientes.
De nada sirve quejarte de las noticias y pedir la paz si mañana vas al trabajo y no eres capaz de dejar de reaccionar con el que tienes enfrente.
De nada sirve si te enfrentas a tu pareja.
De nada sirve si envía a paseo a tu hermano.
De nada sirve si te peleas con quien sea.
De nada sirve si eres un intolerante.
De nada sirve si no aceptas al que piensa diferente.
De nada sirve si reaccionas contra el mundo.
De nada sirve porque estás en guerra.
Y reaccionando aumentas la distorsión.
La tuya y la del mundo.
Reaccionar significa no aceptar que la realidad es como es.
Y para cambiarla primero has de aceptarla.
Porque si no la aceptas no sólo no la cambias, sino que la empeoras.
Y vamos al ejemplo visual.
Imagínate de pie, mirando hacia adelante.
Enfrente tuyo imagina un círculo del tamaño que quieras que englobaría la realidad que tienes.
La que ES.
No la que te gustaría que fuera ni la que necesitarías que fuera.
La que es.
La que te desagrada.
La pareja que se comporta como no te gusta.
La suegra que te toca las narices.
El jefe que no soportas.
El hermano que te gustaría que fuera de otra manera pero que es como es.
La madre que tienes que no sabe valorarte o que te trata como si fueras una niña.
El trabajo que te estresa y que no te gusta nada.
La enfermedad que no te gustaría tener.
Las deudas que no te dejan vivir.
La que sea.
Pero la que ES.
Porque no hay otra.
Y justo a su lado, a su derecha por ejemplo, imagina otro círculo.
Este sería el círculo ideal.
La realidad que te encantaría tener.
La suegra maravillosa.
La pareja perfecta.
El hijo que nunca se rebela.
El jefe que te valora.
El hermano que te quiere y no te abandona nunca.
La vida sin deudas.
La realidad que no es pero que necesitarías que fuera o te gustaría que fuera.
O peor aún.
La que crees que debería ser cuando no es.
La lógica.
La correcta.
La justa.
La que tú quieras.
La ideal.
La vida sin problemas.
O sino aquella de ….“ y si fuera esto o aquello…”
“ y si pasara esto…” que tampoco existe ni existirá jamás.
¿Lo tienes visualmente?
Tú y enfrente dos círculos.
El que ES y el que NO ES pero te encantaría que fuera.
Pues bien.
Aquí viene la razón por la que no estás en paz ni puedes aceptar.
Tienes el círculo de lo que ES justo delante de ti pero en realidad no lo ves porque inconscientemente estás siempre mirando y deseando el otro círculo.
El de la derecha.
El de lo ideal.
El de lo que NO ES.
El que no existe pero que te gustaría que existiese.
Tus ojos, en lugar de mirar de frente a lo que tienes, miran de reojo a lo que no tienes.
Tu enfoque te impide aceptar y «ver» lo que tienes.
Y el resultado es frustración, rabia, tristeza o miedo.
La distancia entre un círculo y otro es lo que te has de trabajar tú para estar en paz y es lo que te separa de tu propia realidad.
De tu marido, de tu pareja, de ti hijo, de tu madre, de tu suegra…
Más trabajo personal interior necesitarás cuanto más alejados estén los círculos uno de otro.
Porque si enfocas así es porque no puedes hacerlo de otra manera.
No estás preparado todavía.
Porque mirar de frente es enfrentarte al dolor.
Es conectar con lo tuyo.
Es aceptar que nadie te va a salvar.
Es aceptar que lo de allá fuera es como es.
Es enfrentarte a la verdad.
A lo que duele.
A la aceptación plena de lo que ES.
Mirar de frente es mirarte a ti.
Y enfrentarte a tu vida.
A tus propias decisiones.
Y es asumir que la diferencia entre lo que tienes y lo que te gustaría tener es una pérdida.
En muchos casos muy grande.
Y muy posiblemente prefieres quejarte a asumir esa pérdida.
Es más cómodo, más fácil y menos doloroso.
Porque asumirla significa llorar, trabajar el duelo y empezar a tomar decisiones para un futuro mejor.
Eso es VIVIR sin MIEDO.
Eso es vivir desde el AMOR.
Despedir aquello que no es pero que me gustaría que fuera, llorarlo y dar la bienvenida a lo que es y amarlo tal y como es, sin exigir que sea como no es.
Eso es perdonar y soltar.
Eso es empezar a ser consciente y tener el valor de vivir desde la responsabilidad y la autenticidad.
Cambiar la mirada y asumir la responsabilidad es lo que te conduce al poder personal.
Es lo que te abre las puertas del cielo.
Porque ahí ya no excusas.
No hay justificaciones.
No hay culpabilidades.
No hay luchas.
No hay nada.
Sólo hay LO QUE ES.
Tú y tu realidad.
Sólo hay paz.
Sólo hay aceptación.
Al principio el camino es doloroso.
Como en todo proceso de creación.
En el parto también hay contracciones, espasmos, náuseas…
Pero cuando pasas ese túnel del dolor y vuelves a nacer, todo se vuelve celestial.
Como todo lo que viene del cielo.
Como todo lo que viene de ti.
Rafa Mota
Personal Coach