Me pasé años tirando de un carro que pesaba lo que no sabe nadie.
Yo mismo me ponía metas inalcanzables.
Cada vez más altas.
Buscando valoración, respeto y admiración exterior.
Y cada vez estaba peor.
Sólo hacía que hablar de negocios, de empresas, de números, de trabajadores, de nóminas o sino de la pareja, de los problemas, del dinero que necesitaba para mantener mi tren de vida, de los demás, de las injusticias…
De todo, menos de mí.
Y si una ventaja tiene perderlo casi todo, por no decir todo.
Es que el único tema que te queda para hablar y reflexionar, es de ti mismo.
Y ahí empezó la revolución.
Porque si eres un inconsciente y no te das cuenta de quién eres, a veces la vida para ponerte en tu lugar, no tiene más remedio que darte una gran varapalo para que te enteres de que lo tuyo es evolucionar.
Y lo mío fue más que evolucionar, revolucionar.
Por eso ahora, después de veintidós años diciendo que me dedicaba a dirigir y gestionar negocios de hostelería, cuando me preguntan cuál es mi trabajo, respondo, sintiéndome ligero como una pluma, que me dedico al mundo de la felicidad.
Y es ahí cuando se me quedan mirando con cara de asombro, extrañados, como si yo fuera un marciano o alguien venido del más allá.
Porque parece que dedicarse a la felicidad fuera cosa de hippys, de happys o extraterrestres que se toman la vida sin ninguna responsabilidad.
Y es que el concepto de felicidad está muy desprestigiado.
O tan vagamente definido que cada uno le da un significado diferente.
Sin que se le dé la importancia que realmente tiene.
Y así nos va.
Que cuando vas a vender felicidad a una empresa te miran raro.
Pero cuando entras estresado, con grandes estrategias, vendiendo productividad y generando mucho beneficio, eres un gran empresario.
Aunque tengas el cuerpo hecho trizas.
O la rabia te haya destrozado por dentro.
Por eso he decidido que mi primera charla pública será para hablar sobre la felicidad cómo estado del bienestar para evitar el estado del malestar.
Porque todo lo que hacemos, pensamos, soñamos o sentimos está teñido de un deseo, consciente o inconsciente, de conseguir ser felices.
No conozco a nadie en el mundo que se levante por la mañana pensando:
“A ver si hoy sufro un poco más que ayer” ó “ a ver si hoy consigo un buen malestar”
Desprestigiamos la felicidad pero nos machacamos a sufrir.
Qué gran paradoja.
Por eso cuando hace tiempo decidí trabajar sólo con empresas que quisieran ser felices, me dijeron que estaba acotándome el mercado.
Ya, era consciente.
Pero mi objetivo no era vender coaching y hacer dinero.
Mi objetivo era ser feliz.
Y me siento bien haciendo que la gente sea más feliz de lo que es.
Ya sean personas, grupos de personas o empresas.
Al final, trabajo con seres humanos.
Da igual que lleven corbata o no.
La esencia no entiende de trajes ni dinero.
Así que creo que la felicidad es el objetivo número uno de todo persona y de todo equipo humano, lo reconozca o no públicamente.
Y es la clave para conseguir ser aquello que realmente se quiere ser.
Sea una persona, un ente, una corporación o una empresa.
Porque el dinero no ha de ser el objetivo.
El dinero sólo es una consecuencia.
Y si eres feliz, te sientes abundante.
Y si eres abundante, si o si, tarde o temprano, el dinero llega solo.
Sin buscarlo.
Porque es un intercambio energético.
Pero hay que aclarar qué es felicidad.
No es el concepto que comúnmente tenemos en la mente.
No es esa sensación de placer externo.
Nada tiene que ver ni con personas, lugares o cosas que están fuera de ti.
No es esa sensación de bienestar temporal asociada a alguna circunstancia de tu vida.
No es esa sensación de placer tan efímera como lo es lo material.
Que un día te encanta y al siguiente te da asco.
Porque lo seres humanos somos así.
Lo queremos hasta que nos hartamos.
Pero si hay algo de lo que no te hartas.
Ni te empachas.
Ni lo odias por mucho que lo revivas, es la felicidad.
Esa felicidad de la que yo hablo entendida como estado de tranquilidad, paz interior, tremenda sensación de realización personal y de conexión con todo lo que te rodea.
Esa es la verdadera felicidad.
Ese es el verdadero estado del bienestar.
Donde uno está en paz consigo mismo.
Donde uno acepta que la vida es como es.
Donde a veces se ríe y a veces se llora.
Y donde, a pesar de lo que muchos piensan, llorando también se puede estar en paz.
Y que no depende ni de tener una casa, ni un coche, ni dinero, ni compañía.
Porque la realización personal, la motivación, la ilusión y la conexión con la vida viene de dentro.
Nunca de fuera.
Claro que lo ideal es ser feliz y tener una vida placentera.
Faltaría más.
Pero cuando la felicidad entendida como bienestar personal llega a tu vida, puedes sentirte bien incluso teniendo fuertes batacazos.
O al menos encajarlos con esa serenidad y esa calma que te permiten desplegar todas tus habilidades y todos tus recursos para conseguir el mejor resultado.
Y es justo ahí cuando estás preparado para el éxito.
Por eso me hace gracia cuando en las empresas se mofan de la palabra felicidad.
Porque precisamente ahí, en la felicidad, está el mejor ejecutivo, el mejor directivo, el mejor jefe , el mejor trabajador, la mejor empresa, el mejor artista, el mejor de cualquier cosa..
Solo ahí está la mejor versión de cada uno.
Y también justo ahí está la abundancia.
La felicidad no significa el ja ja ja.
Ni el estar todo el día en la parra.
Ni estar más allá que aquí.
Es precisamente estar en ese punto donde eres tu yo más auténtico.
Tu yo con más potencial.
Tu yo más humano.
Y donde te mueves por la verdadera motivación y realización personal.
Justo ahí es donde está tu misión y tu propósito vital.
Siendo verdaderamente consciente de quién eres.
Amándote cómo eres y amando a los de tu alrededor.
Y sabiendo que, en definitiva, todo lo que nos mueve es amor.
Y felicidad.
Digan lo que digan.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com