Imagina que hoy es uno de esos días en los que estás de fiesta, descansado, sereno, relajado, alejado de las preocupaciones del trabajo y decides hacer una cena en casa para tus amigos, con esa ilusión que supone tener una buena velada con tus mejores compañeros de vida.
Invitas a aquellos que realmente son los tuyos, a los que consideras como de tu familia. Aquellos con los que has reído, has llorado, que han visto nacer a tus hijos, que habéis ido de viaje juntos y habéis compartido mil y una historias a lo largo de la vida.
Para ello, sales de casa por la mañana con ganas, haces la compra con esmero, procuras comprar cositas apetitosas, quizá alguna delicatesen de aquellas que sabes que les gustan, piensas en algún postre especial y vuelves con todo lo necesario para que esta cena esté cuidada hasta el último detalle.
Se va acercando la noche, arreglas tu casa, pones la mesa, preparas los detalles, te cuidas de que el ambiente sea agradable, que la luz sea la adecuada, pones una música de fondo, te vistes para la ocasión y esperas a que lleguen. Tienes muchas ganas de verles y ellos a ti.
Ya es la hora, pican a la puerta y ahí están. Al entrar en casa, hay risas, alegría, abrazos, besos y sobre todo mucho amor y mucha ternura. Quizá son pocos, pero son los que te llegan al corazón y los que te cuidan de verdad.
Ya sentados en la mesa y dispuestos a empezar la velada, te da un arrebato de inconsciencia y descontrol, y haces todo lo contrario de lo que ha de hacer un buen anfitrión.
Les ignoras, les ninguneas y ni les prestas atención. Y para rematar, a unos les amordazas para que no puedan hablar, a otros les encierras en el armario para no verles ni escucharles, y con los restantes te pones hecho una furia diciéndoles que te tienen harto de tanto quejarse y así, en un ejercicio de inconsciente autodestrucción te vas cargando tus amistades una por una.
¿Imaginas la velada?
Pues esta es la cena que les das día sí, día también a tus mejores amigas. Tus olvidadas emociones. La sorpresa, la rabia, la tristeza, el miedo y la alegría.
Aquellas que te guían, que te quieren como nadie, que te ayudan, que nunca te dejan solo en el camino, que rastrean el terreno allí por donde pasas, que son tu verdadero GPS y que estarán contigo (éstas sí) hasta el día de tu muerte.
Y como no basta con el nombre, aquí te las presento, por si no las conocías:
La sorpresa: es la que aparece para bloquearte momentáneamente en los estados de shock y así puedas procesar la información que acabas de recibir de sopetón y permitirte explorar la situación para buscar una respuesta. Es bastante neutra en cuanto a la vivencia, no te crea ni bienestar ni malestar pero muy llamativa en cuanto a la expresión. Siempre va acompañada de una positiva o una negativa. Si se descontrola te puede llevar a estados de incertidumbre, desconcierto, desorientación, indefinición y el caos.
La rabia: Esta es la más agresiva y está para defenderte cuando te sientes amenazado física o psicológicamente, te obliga a marcar tus límites y a reaccionar cuando te sientes engañado, indignado, traicionado, herido o provocado. Es vital para tu supervivencia pero muchas veces te lleva a la guerra sin necesidad. Has de escucharla y tranquilizarla porque cuando aparece, algún mecanismo no funciona. Es tu gran gps, te avisa de que algo no te das, porque de lo contrario, no aparecería. Hazle caso, porque si no te das amor, respeto, escucha, valor, protección, comprensión y no marcas tus límites a tiempo, cuando surge, es como un volcán en erupción y puede ser muy destructiva. Sus escondites favoritos son el hígado y el estómago. Su séquito son la desconfianza, el rechazo, la represión, la injusticia, la irritabilidad, el resentimiento, el rencor, el odio, la venganza, la cólera y la necesidad patológica de dominio, entre otros. Así que mejor tenerla tranquilita.
La tristeza: es la que te para cuando tienes algún percance doloroso, que te avisa de que necesitas un tiempo de descanso para recuperarte y volver al camino. Para que realmente haga su función, has de dejarla hablar y no esconderla. Deja que se exprese con lágrimas cuando sea necesario porque te sanará el alma. Y si quiere gritar, déjala que grite. Ya se calmará. Si la cuidas, transitas con ella, le pierdes el miedo y te acercas para conocerla te puede dar una serenidad que quizá nunca hayas conocido. No la amordaces ni la metas en el armario. Si la encierras durante mucho tiempo, enfurecerá y aparecerá disfrazada de rabia destructiva. Su lugar preferido son los pulmones. Mal gestionada es la que te lleva a estados de depresión, sufrimiento y amargura. Y de su familia son el desánimo, la desilusión, l abaja autoestima, la pasividad, el desconsuelo, la soledad, la pena, el pesimismo y el abatimiento, entre otros.
El miedo: el más temido pero el que más te cuida. Te activa para que te defiendas o huyas. Te da tanto pavor que lo escondes para no verlo. Si en lugar de esconderlo, te sientas con él a diario, a comprenderle, le tratas con amor, le preguntas porqué está ahí y lo desmigas en pequeños trozos hasta hacerlo casi desaparecer te darás cuenta de que no es tan fiero cómo parece. En el fondo es un buenazo, se preocupa por ti, te avisa, te bloquea para que antes de seguir caminando te prepares, te avisa de las limitaciones que tienes, de las habilidades que te faltan, de lo que has de trabajar para seguir adelante, de que has de trabajarte la soledad, de que has de entrenar la aceptación y tantas otras cosas. Es el gran incomprendido, por eso es tan agresivo. Vive en la zona de los riñones y los lumbares. Sus primos hermanos son la tensión, el estrés, la angustia, la ansiedad, el pánico, las fobias, la inseguridad, la preocupación patológica y la impotencia (hablando con él, imagina la de primos que descansarán tranquilos).
Y por último, la alegría: la loca del grupo, la que siempre está de fiesta y así se pasaría la vida entera. Es la que te refuerza la autoestima, te hace compartir los buenos momentos y celebrar el éxito. Es muy bueno dejarla salir, que hable, que se exprese, que te anime porque te genera actitud positiva y optimismo para enfrentarte al camino de la vida. En caso de emergencia, deja que sea la última en salir. Su prole es el bienestar, el triunfo, la autoconfianza, la energía, la positividad, la fuerza y la vitalidad.
Ahora que ya las conoces, prepara tu mejor cena, invítalas, siéntalas en tu mesa, déjalas hablar, que te cuenten, conócelas a fondo, piérdeles el miedo, haz que se sientan importantes, compréndelas, ámalas y verás que relajadas estarán. Tanto que, sin que te des cuenta te traerán a ese gran señor, el que nunca muere, el más poderoso del universo, que todo lo impregna, todo lo perdona y todo lo consigue. Que siempre está ahí, latente, pero normalmente la cena es tan desastre, que ni asoma la cabeza. El amor.
Y así, dándole el espacio que se merecen conseguirás una velada tan agradable y tan especial que nunca te faltará la guinda del pastel. La felicidad.
Estarán todas tan contentas que incluso la paz interior y la serenidad, esas despendoladas y perdidas, a las que todos invitan pero casi nadie consigue que se presenten, acabaran apareciendo.
Porque en realidad, todas ellas estarían encantadas de participar en la cena de tu vida.
Pero como casi siempre, ni estás ni se te espera.
A partir de ahora ya sabes qué hacer para que en tu cena también haya perdices.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com