De crío me encantaban los payasos.
Me asombraban los trapecistas.
Me maravillaban los malabaristas.
Me emocionaba el mundo del circo.
Me chiflaba dar rienda suelta a la imaginación.
Me gustaba inventar historias de estrellas y galaxias.
De crío quería ser payaso.
De crío quería ser artista.
De crío quería dar vueltas por el espacio.
De crío quería, quería, quería…
Quería soñar.
Quería jugar.
Quería volar.
Pero los mayores de mi entorno tenían creencias «raras»
Pensaban «extraño».
Pensaban que «los artistas, en particular los payasos, se mueren de hambre» (terror a la carencia)
Pensaban que «la vida es un sacrificio, había que sacrificarse y trabajar duro para ganársela» (terror a ser puramente libre, a ser nada)
Pensaban que «no se podía andar por la vida con tantas «tonterías» «(terror al rechazo, a ser diferente, a quedarse solo)
Pensaban que «si no te portas bien, nadie te va a querer» (terror a no ser aceptado)
Pensaban que «si no te esfuerzas, te quedarás atrás y los demás serán mejores que tú».
Creían, creían, creían…
Pensaban, pensaban, pensaban…
Pensaban cosas «raras» que nada tenían que ver con el orden lógico y natural de la VIDA .
Creencias que no eran verdad.
Creencias basadas en el MIEDO.
Creencias oscuras.
Creencias tan densas, que sólo pronunciarlas me asfixiaban -y lo siguen haciendo-
Pero me las creí.
Las di por válidas.
Sin darme cuenta permití que la oscuridad me absorbiera.
Ahí perdí a mi artista.
Ahí negué «mis» tonterías.
Ahí se esfumó la inocencia.
Me contagié del virus.
Ahí me acorralaron el MIEDO y el control.
Ahí tuve MIEDO a la pobreza.
Ahí tuve MIEDO a que «mis» tonterías no gustaran.
Ahí tuve MIEDO a no «ganarme la vida».
Ahí tuve MIEDO a SER, a dejar brotar sin esforzarme.
Y –cómo somos los humanos- que, intentando ganármela, curiosamente, la perdí.
Debajo de aquellos MIEDOS quedó enterrado para siempre mi lado más creativo y más artista.
Como nada es por casualidad, la VIDA me llevó a visitar el fango y el barrizal.
No para joderme, sino para darme cuenta de que el ARTE había quedado tapado por el MIEDO.
No para hundirme, sino para que pudiera re-crearme.
En los momentos de quiebra, de angustia, de desesperación, de mayor MIEDO y de mayor incertidumbre sin saber muy bien por qué, una noche, me senté y empecé a escribir.
Aquellos días no le di mucha importancia.
Por las noches la inspiración venía a visitarme y brotaba la escritura.
Pero escribía pensando todavía en ganarme la vida.
Por eso probablemente salió un coach de los post nocturnos.
Me encanta entrenar a las personas.
Me encanta respirar con ellas.
Me encanta hacer sesiones.
Me encanta hacer talleres.
Me encanta mi trabajo.
Pero, ahora, años más tarde, y abriéndome cada día a vivirme y transformarme, me he dado cuenta de una cosa.
Escribir también es ARTE.
Como lo es cantar, bailar, saltar, cocinar, maquillar, peinar, pintar, nadar, jugar, limpiar, estudiar, respirar, vivir o ser.
Artistas no sólo son payasos y trapecistas.
Artistas somos todos cuando brotamos con la VIDA.
ARTE es la VIDA misma cuando emerge sin MIEDO ni control.
ARTE eres «tú» cuando vives y trasciendes aquello que da MIEDO.
Ahora sé que quiero escribir.
Quiero ser escritor.
No quiero ganarme la vida.
Quiero arriesgarme a “morirme de hambre”.
No quiero perder el arte por MIEDO a no agradar a los demás.
Quiero arriesgarme a vivir el rechazo.
No quiero dudar de “mis” tonterías ni un segundo más.
Quiero SER.
Quiero escribir lo que me brote del alma.
Acepto que no me quieran si soy “malo”.
Lo que quiero es SER libre.
Lo que quiero es bailar con la VIDA.
Lo que quiero es volver a ser artista.
Quiero escribir.
Y que sea ELLA la que decida si me la gano o me la pierdo.
Rafa Mota