En la memoria biológica hay una ”orden”.

Sobrevivir.

Probablemente para trascenderla e integrar una más avanzada, la de vivir, todavía faltan miles y miles de años.

De momento, hoy por hoy, es lo que hay.

Sobrevivimos (eso, suponiendo que a este paso no nos extingamos como humanos)

La VIDA brota de cada una de tus células.

De ningún otro lugar.

La VIDA eres tú.

Tú, como SER, eres ELLA.

Tanto monta, monta tanto cuando estás en conexión

ELLA viene contigo y se va contigo.

Viene a experimentar, a vivir, a expandirse con tu cuerpo.

La llevas en tus mismísimas entrañas.

Naces.

Solo nacer, te separas.

Te etiquetan.

Te dicen que eres «alguien».

Se te pone un nombre.

Una familia.

Una sociedad.

Un país.

Una bandera.

Una educación.

Una cultura.

Te encierras en una identidad.

Pierdes tu libertad.

Y empieza el «baile».

La «orden» opera todo el tiempo.

Seas quien seas, seas como seas, seas de donde seas, la “orden” es sobrevivir.

Da igual cómo.

La “orden” es sobrevivir.

Para ello, empiezas a fijar tu atención en el exterior.

Tanto, que acabas olvidándote de ti.

Tanto, que acabas desapareciendo.

Tanto, que acabas durmiéndote.

Tanto, que la VIDA se acaba manchando de necesidad y de amenaza.

Buscas, buscas, buscas…

«Necesitas».

Oxígeno, alimento y abrazo.

Buscas sobrevivir.

Buscas AMOR.

Necesitas que te «vean».

Necesitas que te AMEN tal y como eres.

Pero hay un problema.

Naces en un planeta “infectado” por el MIEDO.

Papá y mamá, inmersos en sus interpretaciones, en sus juicios sobre la vida y en sus miedos, no te “ven”.

Te aman y te “ven” a «su» manera (desde el miedo, la amenaza y la reacción), no de la manera que tú necesitarías.

El miedo les impide hacerlo mejor.

No es que no te amen.

Te aman.

Pero lo hacen desde el miedo y el juicio.

Desde sus limitaciones.

Desde sus patrones.

Desde sus filtros.

Te ven “filtrado”.

Te ven “partido”.

Esto sí/esto no.

Ahora te premio/ahora te castigo.

Ahora te quiero mucho/ ahora me pongo como una fiera.

Ahora sí/ ahora no.

Ahora eres un amor/ ahora eres un desastre

Ahora eres inocente/ahora eres culpable.

Depende como están papa y mamá, «eres» tú.

Vas creciendo.

Ese «no verte», ese “papá y mamá no me ven” provoca en ti un inmenso dolor y enciende la amenaza de no ser nadie, que poco a poco vas grabando a fuego en cada una de tus células.

Ese malestar te inunda sin poder evitarlo.

Se queda grabado en lo más profundo de tu psique.

Duele mucho, pero no puedes culpar a papá y mamá porque ellos son tu cordón de seguridad.

Les necesitabas, por tanto ellos, para ti, son sagrados.

De ahí no puede venir el malestar.

En el inconsciente colectivo  “vive” Dios.

Te dicen que es bueno, por tanto tampoco puede tener la culpa de tu dolor.

¿Entonces?

¿Quién puede ser el responsable de ese grandísimo malestar?

En realidad, nadie.

Solo la incosnciencia de «no vernos».

Pero está claro que desde la inocencia de un niño solo queda un candidato a ser responsable de ese gran malestar que anida en tu interior..

Tú.

“Tú tienes la culpa”.

«Por mi culpa, por mi culpa….» (tan arraigado en el inconsciente colectivo humano)

“Crees” que algo, no sabes qué, has hecho mal porque duele demasiado.

Si “fueras de otra manera, esto no estaría sucediendo”….( razonamiento erróneo)

Y desde ahí, armas una estrategia, sin darte cuenta,  para “ser visto”, amado y aceptado.

Armas una estrategia para dejar de sentir ese dolor.

“Crees”  que si eres mejor, dejarás de sentir ese malestar.

Aprendes a ser mejor.

A ser responsable.

A controlar.

A cuidar.

A complacer.

A ser perfecto.

A ser exigente.

A ser bueno.

A ser fuerte.

A ser exitoso.

A ser gracioso.

A ser alegre.

A salvar.

A ser….lo que haga falta para “ser visto” y demostrar que SÍ, que estás aquí y eres alguien.

A ser…lo que haga falta para dejar de sentir ese dolor que se mueve en tu  interior.

“Crees” que haciéndolo, papá y mamá te “verán”.

“Crees” que haciéndolo,  te sentirás mejor.

“Crees”, “crees”, “crees”….

Caes en la trampa de “creer” que “creyendo ser», dejarás de sentirte mal, cuando en realidad es todo lo contrario.

Para dejar de sentirte mal, has de permitir sentirte mal.

Lejos de sentirte mejor, consigues todo lo contrario (el malestar solo desaparece respirándolo y sintiéndolo)

Cada vez estás peor.

Cada vez estás más “cargado”.

Cada vez estás más frustrado.

Cuando  te equivocas, te juzgas porque el malestar crece y no quieres que crezca.

Como no sabes cómo hacerlo, te enfadas contigo mismo.

Te castigas.

Te machacas.

Te avergüenzas.

“Crees” que castigándote mejorarás ( creencia erróna)

“Crees” que lo tuyo no es “normal”.

“Crees” que deberías ser de otra manera.

Van pasando los años ( muchas veces, el dolor se mueve en tu interior sin que te des ni cuenta, pero te va devorando por dentro).

Lejos de mejorar, el malestar empeora.

Cada vez estás más cansado.

Más estresado.

Más deprimido.

Más ansioso.

Más apático.

Más frustrado.

Más desmotivado.

No consigues la paz que tanto deseas.

Cuando todo sale bien, “parece” que no hay problema ( pero el problema sigue latente en tu interior, nunca se fue)

Cuando todo sale mal, no te hacen caso, no te quieren…. todo se derrumba.

Para calmar ese malestar empiezas a “pecar”.

Comes dulces y pasteles.

Buscas sexo compulsivamente.

Juegas al bingo.

Fumas.

Te despitas, pierdes concentración, rindes poco.

Trabajas mil horas, y ni te acuerdas de tus hijos.

Vacías la tarjeta de crédito comprando cosas que no necesitas.

Te drogas.

Bebes.

Insultas, gritas.

Reaccionas contra los tuyos sin poder evitarlo.

Te «matas» en el gimnasio.

Te conviertes en un obseso del tenis, del fútbol, del básquet o de cualquier cosa que descomprima toda esa energía que tienes bloqueada.

Mientes.

Te buscas un amante y te sientes culpable ( en realidad la amante solo te calma en el momento)

Desprecias a los demás para no sentir tu propio dolor.

Te pierdes  por ahí.

Te llenas de orgullo y prepotencia.

Entras en incoherencia.

Haces, haces, haces…

Buscas, buscas, buscas…

Pero sin conseguirlo.

No logras salir del bucle.

No logras estar en paz.

No logras soltar ese malestar.

Nunca lo logras porque un día, hace mucho tiempo, “caíste en el pecado”.

Para sobrevivir y que te amaran, empezaste a buscar y te olvidaste de lo que traías encima.

La “orden” hizo que olvidaras que eres hijo de la VIDA.

La “orden” hizo que construyeras una «identidad» y desaparecieras.

La “orden” hizo que cayeras en el pecado.

La «orden» es PURA VIDA.

Lo que no es vida es dejarse engullir por ella.

Rafa Mota

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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