A esta vida no hemos venido a sufrir.
Muchas veces, lo parece.
Pero no.
No hemos venido a eso.
Lo parece porque vivimos según los dictados de la mente.
Y con perdón por la expresión, a la vida le importa un carajo lo que crea tu mente.
Le importa un carajo que creas que has de ser perfecto.
Le importa un carajo que creas que todo ha de estar en orden.
Le importa un carajo que creas que ha de estar todo bajo control.
Le importa un carajo que creas que no se puede llorar.
Le importa un carajo que creas que no puedes ser débil.
Le importa un carajo que creas que has de aguantar y callar.
Le importa un carajo que creas que eres un culpable y un pecador.
Le importa un carajo que creas si algo está bien o está mal.
Le importa un carajo lo que te hayan metido en la mente.
La vida no tiene nada que ver con lo que tú creas.
La vida es otra historia.
La vida y la energía no entienden de juicios.
No entienden de creencias.
No entienden de pensamientos.
Entienden de vibración.
Nada que ver con lo que creas.
Absolutamente nada.
Todo que ver con lo que ERES.
La vida es abundancia.
Es grandeza.
Es expansión.
Es experiencia.
Es esperanza.
Es misterio.
Es transformación.
Tú ya eres VIDA expresándose en este planeta.
Pero en la mente te metieron otra cosa y te lo creíste.
Y ahora eres distorsión.
Eres creencia.
Eres pensamiento.
Eres juicio.
Eres moral.
Eres ética.
Eres educación.
Eres muchas cosas.
Pero VIDA, lo que se dice VIDA con mayúsculas, NO.
Y si algo has venido a vivir con plenitud es precisamente eso.
La VIDA.
Expresándose en la tuya.
Has venido a experimentarla con todos tus sentidos.
A mirarla, a olerla, a escucharla, a saborearla, a tocarla.
A vivirla.
A sentirla.
Esto sí es VIDA.
La energía quiere que hagas eso.
Que vivas.
Que sientas.
Que respires.
Que te expandas.
Que te apasiones.
Que te abras y muestres toda tu belleza.
Que te entregues.
Que des.
Y que te fundas con ella.
Es algo tan elemental, tan básico y tan natural que a la mente se le hace incomprensible.
Está tan acostumbrada a controlar, a hacer, a prohibir, a juzgar, a rechazar, a huir, a resistirse que es incapaz de entender que sin hacer nada suceda todo.
La vida es tan simple que la mente no la ve.
La vida es tan grande, tan inmensa y tan infinita que está ahora, siempre y en todas partes.
La mente es tan pequeña, tan ridícula y tan finita que cree que la vida sólo es un pensamiento.
Por eso ni se cruzan ni se miran.
Por eso no conectan.
El resultado es el vacío vital y el sufrimiento.
Ahí es cuando LA VIDA te envía a sus mejores estandartes para avisarte y despertarte.
El estrés, la ansiedad, la depresión, el pánico, las neurosis, el miedo, las tristezas, algunas enfermedades no están para matarte en vida.
Están justo para lo contrario.
Para que dejes de estar muerto mientras vives.
Están para que despiertes.
El sufrimiento no está en la vida.
El sufrimiento está en la percepción de la vida.
Y esa está en tu cerebro.
No ahí afuera.
El sufrimiento está en la forma en que hemos aprendido a entender y a percibir la vida.
En la forma en que nos hemos entrenado.
El sufrimiento está en todas aquellas creencias distorsionadas, emociones mal gestionadas y en todo aquel dolor que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida y que ahora dirige nuestras decisiones más inconscientes.
Lo que estás viviendo a día de hoy sólo es el resultado de cada uno de los días que has vivido.
No sólo de cada uno de los días que has vivido sino de cómo has vivido cada uno de esos días.
O de cómo grabaste de tus padres la forma de vivirlos.
No hay nada en la vida que aparezca por arte de magia.
Todo tiene su origen.
Si sufres es porque tienes mucho acumulado.
Porque hay algo en tu forma de percibir la vida que te conduce al sufrimiento.
Algo que te rompe.
Algo que te deja sin energía.
Y porque ahí dentro hay mucho que limpiar.
Aunque no seas ni consciente.
La salvación en este mundo es dejar de sufrir.
No hay mayor salvación que vivir en paz aún a pesar de que ahí afuera haya guerra.
No hay mayor éxito en la vida que ese.
Y salvarte depende de ti.
El exterior nada tiene que ver.
No esperes que nadie te salve.
Porque ellos no están aquí para eso.
Esta experiencia es la tuya.
Por tanto tú eres el único responsable de tu vida.
Tu salvación pasa por hacer el mayor acto de amor y valentía hacia ti mismo.
Pasa por hacer lo más difícil.
Parar.
Respirar.
Mirar hacia dentro.
Asumir tu propia existencia.
Desde el minuto cero hasta hoy.
Observarla.
Conocerla.
Comprenderla.
Perdonarla.
Reconocer tus heridas.
Reconocer tu vulnerabilidad.
Reconocer tus errores.
Reconocer tu humanidad.
Aceptar el dolor (porque duele y es inevitable).
Abrir un espacio donde sentirlo.
Hacerlo de forma sana.
Sin reproches.
Sin culpables.
Sin victimismos.
Sin lamentaciones.
Sin quejas.
Comprendiendo y aceptando.
Aceptando que todo es parte de esta experiencia.
Aceptando que todo es pura transformación.
Aceptando que nada es permanente.
Aceptando que el dolor es tuyo y no puedes exigir a nadie que te lo cure.
Bueno, poder puedes.
Pero cuanto más exijas, más vivirás la oscuridad.
Aceptando que esto es la vida y que ella sabe muchísimo más que tú.
Y aceptando que has venido a vivir lo que vives.
Tu vida.
La de nadie más.
Esa es la única que existe.
Los «hubiera», «quizá», «podría haber sido», «y si ..», etc, etc son una mentira de la mente.
No existen ni han existido ni exitirán jamás.
Tu vida es la que has de sanar.
A veces duele.
Claro que duele.
Y mucho.
El dolor es inevitable.
La resisitencia sí es evitable.
La resistencia al dolor es feroz.
El ser humano justifica lo injustificable y se inventa toda clase de excusas y mentiras con tal de no reconocerlo ni aceptarlo.
Pero detrás, en la cara oculta de la vida, hay algo tan mágico y tan grande.
Algo tan infinito y tan inmenso que la energía no te permitirá vivirlo si no das ese paso.
La energía no traerá luz y magia a tu vida si no eres capaz de limpiar tu oscuridad.
La energía es sabiduría infinita y no te lo pondrá fácil si tú no haces lo difícil.
Sólo te brindará la oportunidad si te la trabajas.
Una vez rompas esa resistencia, has de tener la paciencia necesaria y suficiente para que sanen y cicatricen las heridas.
Hasta que remita el dolor.
No hay pastillas.
No hay ejercicios.
No hay bálsamos.
Bueno, si las hay.
Pero ni te despiertan ni te sanan.
Te duermen todavía más.
Más allá de la resistencia está la vida de verdad.
La auténtica.
La mágica.
La que algunos hablan pero casi nadie conoce.
Y si quieres vivirla y sentirla tendrás que traspasar el dolor.
Trascenderlo.
Ese dolor inconsciente tan profundamente arraigado en el fondo de la mente.
Si no, no lo conseguirás.
Vivirás otra cosa.
Pero no la vida.
Vivirás, sí.
Pero no despierto.
Dormido.
Aletargado por tu propia resistencia a sentir lo que has venido a sentir.
Lo que te espera detrás de esa barrera bien vale el esfuerzo.
Si yo fuera tú, lo haría.
Yo ya lo he hecho, lo he vivido y lo he sentido.
Y lo sigo haciendo cada día.
Pérdidas siempre hay.
Nadie está aquí eternamente.
Todos nos vamos.
Todo se rompe.
Todo se acaba.
No te voy a engañar.
Hay días que duele en el alma.
Tener el valor de sentir tus propias heridas, esas tan profundas y arraigadas en el inconsciente sin exigirle a nadie que te las calme es de lo más difícil que he hecho en mi vida.
Es como si te arrancaran de cuajo las entrañas.
Es como sentirte como un niño perdido, hundido y moribundo sin saber hacia dónde ir ni qué hacer.
Para eso existe la tristeza.
Para ayudarte y acompañarte en el camino.
Es mucho mejor apoyarte en la tristeza y el silencio para sanar tu dolor que exigirle a tu pareja o a quien sea que lo hagan.
Más que nada porque la tristeza y el silencio existen precisamente para eso.
Tu pareja o la persona a quien se lo exiges, no están para eso.
Están para vivir su vida.
No para sanar la tuya.
Que ya suficiente tienen con la suya.
Y cuando finalmente sanas tu vida de verdad, sin parches ni tiritas, la energía se pone de tu parte.
Se funde contigo.
Te abre camino.
Ahí aparece la abundancia.
No soy nadie para decirte lo que has de hacer, al fin y al cabo tú tienes tu propio camino, pero me gustaría decirte algo, sobre todo si eres de los que preguntan …”¿pero cómo se hace?” , refiriéndote a dejar de sufrir.
Pues se hace así.
Sintiendo el dolor de tus heridas cuando duele hasta que deja de doler.
Haciéndolo de forma consciente y aceptada.
Primero se parece a un tsunami que se te lleva por delante como un vendaval.
Al final son olitas que te mojan los pies y sólo te producen una pequeña molestia sin importancia.
Si huyes de aquello que te duele jamás lo trascenderás.
Para que algo te deje de doler primero has de reconocer que duele y dejarte sentir el dolor.
Una vez lo sientas, curarás y te regenerarás.
Ahí empezará tu verdadera grandeza.
Permítete regenerar tu vida.
Permítete sentir.
Permítete el gran derecho de vivir en paz y en armonía.
Y cuando hayas hecho todo esto, empieza a caminar de nuevo.
Volverás a nacer.
Resucitarás.
Con la esperanza de vivir una vida que jamás hubieras imaginado.
Si lo haces nunca más tendrás la necesidad de exigirle a nadie que calme, sane o cure tus heridas.
Porque ya estarán curadas.
Y ahí es cuando podrás empezar a DAR sin esperar a RECIBIR.
No viniste a que te salvara nadie.
Viniste a salvarte tú.
Porque tú eres todo.
Eres tan grande que incluso eres tu propia salvación.
Rafa Mota
Personal coach
Una verdadera maravilla , felicidades Rafa.