Esa puñetera manía de los humanos

En este planeta tenemos una manía.

No sé si habrá otros planetas con esta manía.

Pero aquí la tenemos y es bastante tóxica, destructiva y limitante.

La de no pararnos a reflexionar antes de actuar.

Así somos los humanos.

Que somos muy poco humanos.

Muy poco o nada.

Porque  más que humanos somos autómatas.

El noventa y cinco por ciento de todas nuestras decisiones son automáticas e inconscientes.

En algunos casos, rozando el cien por cien.

Así que de humanos, humanos conscientes, tenemos bien poquito.

A no ser que trabajemos ( y mucho) esa manía seguiremos siendo autómatas aspirando a la categoría de humanos.

Así que si aspiras a ser humano has de quitarte esa manía que tenemos los humanos.

Esa manía de no pararnos a ser conscientes de cómo respiramos.

De no pararnos a escuchar qué es lo que sentimos.

De no pararnos a observar qué es lo que pensamos.

De no pararnos a recoger la información que nos da el cuerpo.

De no pararnos si quiera a ser conscientes de cómo nos tratamos a nosotros mismos.

Cosa que ya es el colmo.

Hemos de vivir con nosotros mismos ochenta o noventa años y nos tratamos fatal haciéndonos un daño irreparable.

Sin consciencia somos seres autodestructivos.

Con nosotros y con los demás.

Y lo somos porque vamos en automático las veinticuatro horas del día.

Sólo hace falta pararse a observar cómo nos tratamos los unos a los otros.

No me extraña que si hay vida inteligente observándonos por ahí afuera no quieran ni bajar a saludarnos.

La mayor parte de nuestro tiempo vivimos en la inconsciencia más profunda.

Y como no somos conscientes, no existimos.

Y como no existimos no tenemos ni idea de quienes somos.

¿Cómo amar, respetar y valorar a alguien que no sabes ni que existe ni quién es?

¿Cómo vas a amarte si no tienes consciencia de tu existencia?

Es imposible.

Y evidentemente,  como no lo hacemos con nosotros mismos no lo podemos hacer con los demás.

Si tú no te ves nunca verás al delante.

Lo mirarás.

Pero no lo verás.

Eso es la consciencia.

“Ver”.

Darte cuenta de ti.

Poner la lupa en tu vida.

Y observarte.

Desidentificarte de tus pensamientos.

De tus juicios.

De tus emociones.

De tus reacciones.

Darte cuenta de lo que te apaga cada día.

Del desgaste al que te sometes cuando no te perdonas.

Cuando te hablas mal.

Cuando te castigas.

Cuando te autoexiges.

Cuando te comparas.

Del poco amor que te das cuando no te das la libertad de hacer lo que quieras.

Del castigo al que te sometes cuando te empeñas una y otra vez en abrir una puerta que está cerrada.

Del maltrato que supone hacia ti mismo entrar en dinámicas personales de eternas y perennes discusiones con tal de no soltar y asumir la pérdida.

De la energía que pierdes intentando cambiar todo lo que no depende de ti.

Del desgaste que te supone estar luchando continuamente para que todo salga como tú quieres que salga.

Darte cuenta de tu propio desamor.

De tu propia desconexión.

Eso es tener consciencia.

Descubrirte.

Conocerte.

Amarte.

Cuidarte.

Enfocarte.

Sentir que existes y que sin ti no hay nada.

Que sin ti no hay vida.

Pero así somos los humanos.

Que tenemos una puñetera manía.

Vivir siendo autómatas.

Y así no vemos nada.

No somos conscientes de nada.

Ni quienes somos.

Ni qué nos mueve.

Ni qué nos está haciendo reaccionar de forma inconsciente.

Ni por qué sentimos lo que sentimos.

Ni qué queremos.

Ni qué buscamos.

Ni qué hacemos aquí.

Ni del porqué de nuestros miedos.

Ni qué nos apasiona.

Ni nada de nada.

Somos almas vacías porque no estamos donde hemos de estar.

En el alma.

Dentro.

Tenemos un cero en autoconocimiento.

Huimos despavoridamente de nosotros mismos pero no permitimos que los demás huyan de nosotros.

Así de maníacos somos los humanos.

Venimos a este planeta a descubrirnos.

A dar al mundo lo mejor de nosotros.

A ser únicos y originales.

A apasionarnos.

Y hacemos todo lo contrario.

Ser como todos.

Seguir las reglas.

Someternos.

Anularnos.

Desvalorarnos.

Castigarnos.

Culpabilizarnos.

Compararnos.

Maltratarnos.

Y apagarnos la luz lentamente.

Eso sí, cuando estamos apagados exigimos al mundo que nos la encienda.

Y montamos un cristo cuando no lo hace.

Y yo pregunto:

¿Y si fuera al revés?

¿Qué sólo tuvieras que encender tu luz, dejando de exigir al mundo?

Si encendieras tu luz, te darías cuenta de todos los que la tienen apagada.

Y comprenderías que los que la tienen apagada no es que no quieran dártela.

No es que no te valoren, no te amen o no te respeten.

Es que no pueden, no saben o nunca han tenido la oportunidad de integrarlo.

Porque no lo “ven”.

Porque no se enfocan.

Porque no existen.

Y si no existen ellos, no existes tú.

Por eso no te respetan, no te aman o no te valoran.

Porque no te ven.

Te miran pero no te ven.

Están dormidos.

Sin luz.

Precisamente por eso no te pueden dar la suya.

Porque están apagados.

Son autómatas.

No humanos.

Y ser humano es eso.

Darte cuenta de que respiras.

Apagar el automático y abrir tu luz para alumbrar a los demás.

Amarte a ti para amar a los demás.

Respetarte a ti para respetar a los demás.

Existir tú para hacer que ellos también puedan existir.

Lo contrario es ser autómata.

Ser humano es iluminarte tú para dejar de exigir a los demás que te iluminen.

Lo contrario es tener una manía.

Ser humano es descubrirte y sin esfuerzo, descubrir a los demás.

Ser humano es eso.

Vivir sin esa puñetera manía que tenemos los humanos de no ser humanos.

Rafa Mota

Personal Coach

www.rafamota.com

 

 

 

 

 

 

 

 

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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