Una historia de estrellas y payasos

Los que me van conociendo y me siguen desde hace tiempo ya saben que  fui un niño al que le fascinaban el circo y los payasos.

Era enterarme de que venía uno a Barcelona, fuera el que fuera, y me ponía como un loco.

No sólo si venían a Barcelona.

Los de la tele también.

Fui de esos miles de niños que se quedaban  embobados delante del televisor, todavía en blanco y negro, viendo a Fofó, Gaby y Miliki (para los adolescentes de hoy en día es como estar hablando de los dinosaurios).

Los otros niños no sé, pero yo perdía el norte con los payasos.

Con todos.

Ya de adolescente también empezaron a maravillarme las estrellas.

El infinito, el Universo, las galaxias y todo lo que representaba la inmensidad del espacio me tenían completamente apasionado.

Ahora, de mayor,  siento que lo de la ilusión, la magia y las estrellas ya lo traía de serie cuando vine a este mundo.

Lo llevaba en el ADN de mi alma pero el miedo hizo que lo perdiera por el camino.

O quizá lo de la magia y la ilusión me surgió tiempo después de nacer, quién sabe, para compensar la experiencia tan traumática que tuve al entrar en este planeta.

Que sólo nacer a mi abuela ya le dijeron (y todavía hoy  alucino con el comentario que en su día hizo la enfermera):

“míreselo bien que mañana ya no estará”

Así que sólo asomar la cabecita ya tuve que luchar durante días y días como un jabato para sobrevivir.

Porque me moría y las complicaciones en el parto me querían enviar de vuelta a las estrellas.

Aunque al final, y con toda probabilidad porque hoy tenía que estar aquí, la energía decidió que me quedara.

Y encima, para más inri,  (nada es casualidad) fui a parar a un familia donde las creencias:

-“la vida es un sacrificio”

-“no puedes hacer en la vida lo que quieres” y

– “ si no trabajas no serás nada en la vida” , eran sagradas.

Y donde, para acabar dar mecha a mi vida, por parte de padre la consigna era “tú a callar” y por parte de madre “¿has visto que bien lo hacen los demás?”

Así que con estos inicios “tan prometedores” lo normal es que al niño se le  quedara grabado a fuego que los demás siempre son mejores, que era un cero a la izquierda y que aquí se viene a luchar, a sacrificarse y a “dejarse la piel” por vivir.

Y, efectivamente,  así fue.

Que la rabia y la frustración me comieron años y años.

Me pasé media vida luchando desde el sacrificio, la lucha, la frustración y la fuerza bruta.

Lo mío era de todo menos aceptación.

Si querías que se me encendiera la reacción inconsciente sólo tenías que darme un NO.

¿¿¿Ah no???

Pues ahora será que sí.

Por cojones.

Si o si, será que sí ( “y pobre de ti que me digas que no…”)

Aunque tuviera que remover el Universo entero.

Pero por narices siempre me tenía que salir con la mía.

Y así fue toda mi vida.

Luchando, discutiendo, peleándome, sacrificándome, esforzándome año tras año buscando algo que calmara mi insatisfacción permanente.

Era una insatisfacción que nunca me dejaba estar en paz.

Y siempre tenía que hacer, hacer, y hacer.

Y tener, tener y tener.

Y si no, pensar, pensar y pensar en lo que tenía que hacer, hacer y hacer.

Siempre tenía una excusa para levantarme del sofá,  bueno , mejor dicho, para no sentarme nunca en el sofá.

Porque si descansaba, me sentía mal.

Era inconsciente, pero me sentía mal.

Sentía que no estaba sacrificándome.

Que no estaba luchando.

Que no trabajaba lo suficiente.

Que no era lo suficientemente bueno.

Siempre tenía que ser el mejor por “güevos”.

Si trabajaba mucho me sentía mal.

Pero si descansaba y me relajaba, también.

Era un bucle del que nunca supe salir.

Una insatisfacción permanente que durante muchos años me impidió encontrar mi lugar en este mundo.

Aquel lugar que perdí cuando, de jovencito, decidí por miedo dejar ser yo y olvidarme de payasos, ilusiones, estrellas y universos.

Aquel lugar que perdí por alejarme de mi esencia por miedo a que no me quisieran.

Aquel lugar que perdí por no ser fiel a mi alma.

Y así fue como monté mis negocios, siguiendo la estela familiar.

Buscando siempre desesperadamente la valoración, la aprobación, el respeto y  el reconocimiento exterior sin ni siquiera ser consciente de que me había dejado de reconocer y respetar a mí mismo vendiendo mi alma al diablo.

Y seguí, seguí, seguí tirando como un mulo de carga de un carro que pesaba lo que no está escrito.

La vida me decía que por ahí no.

Y yo que sí.

Por ahí sí.

El Universo me ponía un muro.

Y yo lo derribaba.

Con un desgaste energético inconsciente brutal.

Buscando un “no sé qué” que me salvara.

Un “no sé qué” que me mimara.

Un “no sé qué” que me valorara.

Porque a la que lo conseguía , a los dos días ya volvía a estar igual.

Y todo sin darme cuenta.

Hasta que me rompí.

O me rompió la vida.

Que para el caso es lo mismo.

Porque la vida está ahí precisamente para eso.

Para romperte cuando eres un “pedazo mulo” ciego e inconsciente.

Para informarte de lo que tú no ves.

Claro que los avisos que ella te da, duelen.

¡Vaya si duelen¡

Y si no le haces caso, cada vez duelen más.

Yo tuve muchos avisos en mi vida.

Demasiados.

Hace años que tenía que haber visto las estrellas.

Pero jamás las vi.

Como era un mulo de carga que me creía que yo imponía las normas al Universo,  me cegué.

Y así me ha ido

Que he tenido que transitar una noche oscurísima y durísima ( que no te la recomiendo por nada del mundo) para empezar a recomponer mi vida.

Eso sí.

Cuando me rompí lo vi todo clarísimo.

Se me abrió la luz de golpe.

O casi.

Aquello que busqué toda mi vida en el exterior no era más que una necesidad  no cubierta que tenía mi niño de que alguien le quisiera, le reconociera, le calmara, le respetara, le atendiera y le mimara.

Porque nunca nadie le dijo que su circo y su universo eran los mejores.

Y lo tuve allí dentro triste, frustrado y rabioso porque nadie le hizo caso.

Ni siquiera yo.

Me ha llevado casi medio siglo comprenderlo.

A ese niño que le gustaban tanto las estrellas y los payasos no le falló nadie.

Ni siquiera sus padres.

Ni sus parejas.

Ni sus amigos.

Que hicieron lo que supieron y pudieron en todo momento.

No lo mejor.

Pero sí lo único que estaba en sus manos.

A ese niño sólo le sucedió una cosa.

Que yo me olvidé de él.

Le abandoné.

Y se quedó en el limbo deseando jugar a estrellas y payasos y lo que hice fue vivir a negocios y dineros.

Y eso a mi niño nunca le importó.

No le importaba el dinero.

No le importaban los coches.

No le importaban los negocios.

No le importaban las cenas.

Sólo quería que le quisieran y le hicieran caso.

Cosa que nunca pasó.

Hasta que lo reencontré e hice tres cosas.

Le dije que le amaría para siempre.

Le prometí que nunca más me volvería a olvidar de él.

Y que iríamos en busca de todas aquellas estrellas que perdimos por el camino.

Por eso ahora estamos aquí divirtiéndonos y jugando con todo aquello que tanto le gustaba.

Universos, estrellas e ilusiones.

Por eso ahora me brota la energía,

Porque ya no me desgasto buscando fuera algo que sólo yo me puedo dar.

El gustazo de ser fiel a mi alma y a mi niño.

Sólo quiero decirte algo esta noche.

La vida es corta.

La vida, a veces, se te pone cuesta arriba.

La vida tiene contratiempos.

Y la vida, a momentos, es complicada.

No te la compliques más.

La vida es bella y maravillosa si eres fiel a tu esencia.

Jamás te olvides de quién eres.

Jamás te olvides de tu alma.

Jamás te olvides del payaso que hay en ti.

Y nunca, nunca, nunca te olvides ni de tu niña, ni de tu niño ni de tus estrellas.

Porque si algo necesitas en la vida son estrellas y payasos.

Rafa Mota

Personal Coach

www.rafamota.com

 

 

 

 

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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