Próxima parada: infinito

¿Te has preguntado alguna vez de dónde vienes?

Yo, de niño, me lo preguntaba muchas veces.

Creo que por eso siempre fui el rarito de la familia.

Porque  me planteaba cosas que nadie se planteaba.

Un niño al que le gustaban, aparte de los circos y los payasos, las estrellas, las galaxias, el Universo, los mayas, los aztecas, los egipcios y la filosofía, en una familia donde los valores eran el sacrificio, la lucha, el esfuerzo, el dinero, el trabajo, el pan nuestro de cada día,  y ”el negoci” ( negocio en catalán, expresión que se utilizaba, al menos en mi família, para referirse a una filosofía de vida dedicada  casi exclusivamente al negocio familiar como si no existiera nada más en la vida), lo normal, es que fuera, como mínimo, el rarito de la família.

O el especialito.

Como alguna vez me habían llamado.

Hace poco, cuando el Universo me puso en mi sitio de un sonoro tortazo, lo comprendí todo.

Comprendí mi vida punto por punto.

Comprendí por qué me pasé años luchando y peleando por conseguir cualquier cosa, por pequeña que fuera.

Comprendí el por qué de mis reacciones y mis enfados.

Comprendí por qué era un adicto a las discusiones y a la necesidad de siempre tener razón.

Comprendí  esos arranques de rabia que me brotaban de no sabía dónde.

O esos arranques de tristeza, sin saber por qué.

Lo comprendí todo.

Con la comprensión  fue cuando empecé a existir de verdad.

Y cuando llegó la paz.

Cuando me reconocí.

Cuando me valoré.

Cuando me amé.

Cuando me respeté.

Cuando me aprobé.

Y cuando me di la libertad de ser quien quería ser independientemente de lo que pensaran, sintieran o hicieran los demás.

Y así fue cómo empecé a saber quién era yo realmente.

Ahí, en realidad, empezó todo este camino.

Porque empecé a ser yo mismo y perdí aquel miedo inconsciente a no pertenecer.

Y fue cuando me apareció el amor por SER.

Por ser tal cual.

Original y diferente.

A permitírmelo.

Y sí, empecé a ser “rarito” y especialito.

Como era mi niño.

Como especialito es cada uno de nosotros.

Como tú.

Como ella.

Como él.

Como todos.

Porque todos y cada uno de nosotros somos especialitos, únicos  y diferentes.

Cada uno lleva en su interior un niño o una niña llena de ilusión, de creatividad y de originalidad.

Precisamente esa parte  es la que nos conecta.

La que nos hace mágicos, eternos  y universales.

Y si rompes esa magia, fundes tu existencia.

Tú llegaste aquí con esa magia y la perdiste por el camino.

Ahora tu misión es recuperarla para brillar y expandirte con el Universo.

A la que tomé consciencia de la vida y evolucioné, lo comprendí.

Y me solté.

Tomé mis propios valores.

Los míos, no los de mi família.

Mi propia percepción del mundo y de la vida.

La mía.

No la normal de “todo el mundo”.

Y mi propio estilo de pensar, sentir y hacer.

El mío.

No el de otros.

Lo pude hacer ya de mayorcito.

Pero en aquel entonces, el niño, que no entendía nada, inconscientemente se dejó arrastrar por la marea de  la “normalidad”.

Evidentemente por miedo a que no le amaran, no le reconocieran, no le valoraran, no le respetaran o le rechazaran por si era o se comportaba “diferente”al clan familiar.

Esto sumado a, para mí, la lapidaria frase de mis padres “ los payasos se mueren de hambre” cuando mi mayor ilusión era ser payaso, hizo que me alejara de mi verdadera esencia y empezara a tener miedo de ser yo mismo.

Algo normal teniendo en cuenta que un niño “cree” que sus mayores siempre tienen razón.

Y me pasé la vida siendo yo, pero sin ser verdaderamente yo.

Siendo lo que en realidad mis padres querían que fuera (de forma inconsciente, evidentemente)

Pero aún así, renunciando a mi propia esencia,  tampoco nunca conseguí su reconocimiento.

Me pasé la vida montando negocios y más negocios, buscando su reconocimiento, valoración, aprobación y respeto sin darme cuenta, pero no lo conseguí.

Estuve viviendo una vida que creía que era la mía, pero en realidad estuve viviéndola desde la  reacción, buscando inconscientemente aquellas necesidades que mis padres nunca me dieron.

No es una crítica contra ellos ni mucho menos.

Es un análisis a consciencia de mi vida, que seguramente es la misma que la de muchos que hoy están leyéndome y te servirá a ti si te reconoces en ella, porque los patrones se repiten una y otra vez en todas las famílias.

Se repiten una y otra vez hasta que tomas consciencia, lo cambias y lo sanas.

Y ahí se corta la inconsciencia.

Me pasé muchísimo tiempo enfadado por ello, debo reconocerlo.

Por el no reconocimiento de mis padres.

Pero buscaba lo imposible.

Buscaba que mis padres fueran quienes no son.

Buscaba que supieran reconocerme cuando ni siquiera tenían integrado el reconocimiento hacia sí mismos.

Ese fue el gran cambio.

No les cambié a ellos.

Cambié mi percepción.

Dejé de esperar a que ellos me reconocieran.

Y empecé a reconocerme a mí mismo.

Y me di el permiso de ser, sentir, pensar y hacer lo que sentía que había venido a hacer sin esperar aprobación, valoración y reconocimiento de ningún tipo (aunque al principio, y no tan al principio, me cayeran palos por todos los lados)

Ya hice mi trabajo personal.

Ya los perdoné.

Ya solté toda la rabia.

Ya lloré todo lo que tenía que llorar.

Y ya los acepté tal cual son.

Por eso ahora me lo puedo tomar con humor, he conseguido ser yo mismo y vivo en paz.

Mi padre se pasó la vida anulándome y ninguneándome.

Y mi madre, nunca me reconoció.

Para él nunca hacía nada bien.

Y para ella, todo lo que hacía era poco y los de fuera siempre lo hacían mejor.

Era frustrante.

Si yo hacía esto, el delante lo hacía mejor.

Si yo hacía aquello, el de al lado era mejor.

Y si yo decidía hacer exactamente lo mismo que hacía el de al lado y así ser tan bueno como él, entonces el de al lado tenía más mérito porque lo había hecho primero.

Fuera lo que fuera, nunca había una palmadita en la espalda.

Un “qué bien lo ha hecho mi niño”

Con lo que el niño se fue llenando durante años y años de rabia, ira, frustración y tristeza.

Y ahí la fue acumulando, como un infierno.

De forma inconsciente.

De esta forma se fue llenando mi olla a presión.

Se fue formando mi sombra, que cuando salía, bufff, era capaz de tumbar y encararse a cualquiera.

Con la consciencia, entendí  perfectamente que mi niño, de adulto,  se pasara toda la vida dejándose la piel, el dinero, los ahorros y todo lo que  hiciera falta buscando que el mundo le reconociera, le valorara, le mimara y le sanara la gran herida que llevaba dentro.

O desgastándose, mendigando y demandando amor y reconocimiento por los cuatro costados.

O peleándose y discutiéndose con tal de tener la razón.

Y viví así muchos años de mi vida.

Sin darme cuenta de que en lugar de vivir, reaccionaba.

Y en lugar de disfrutar,  buscaba, pero sin saber ni siquiera lo que buscaba.

Hasta que me di cuenta y entré en otra dimensión.

La dimensión de consciencia, serenidad y armonía, sin negar que a veces, como todos, “me voy” pero me doy cuenta, respiro y vuelvo muy rápido.

Ya hace tiempo que aprendí que sólo yo mismo puedo darme las necesidades que mis padres no supieron darme.

Que no puedo esperar a que el mundo ni los demás me las den.

No porque no quieran.

Sino porque muy probablemente no saben, no pueden o no las tienen ni siquiera integradas.

Y estoy hablando de las necesidades básicas del ser humano.

Reconocimiento, entendido como valoración, aprobación, atención y respeto.

Amor y conexión, entendido como amor sano e incondicional.

Protección y seguridad, entendido como los límites  que hemos de poner para salvaguardar nuestro círculo vital.

Y la libertad, entendida como el permiso que has de darte para ser quien realmente eres.

Estas necesidades  son aquellas que algún día tus padres debían haberte integrado y muy probablemente no hicieron y tú ahora inconscientemente estás demandándolas al mundo sin ni siquiera darte cuenta.

Esto también es vivir en la inconsciencia.

Demandar algo sin saber que lo estás demandando.

Mientras no seas consciente de qué estás buscando en la vida no podrás evitar dejar de buscarlo.

Sólo dejarás de buscar cuando descubras qué es lo que te falta.

Ahí es cuando la vida te dará un giro radical.

Cuando dejes de buscar, te llegará.

Y como la vida es un juego perfecto, el mundo precisamente está ahí precisamente para reflejarte lo que te falta y te des cuenta.

El mundo no está ahí para sanarte las heridas.

Está ahí para que las “veas”.

Y cuando las veas, poder trabajártelas tú.

Por una sencilla razón.

El que ha venido a experimentar tu vida eres tú.

Nadie más.

Tu vida es tuya.

Y tuya es la responsabilidad de vivirla y de sanarla.

Si quieres ser verdaderamente GRANDE, no te queda otra.

Y cuando la asumas, despegarás  hacia el infinito.

 

Rafa Mota

Personal Coach

www.rafamota.com

Foto para invidentes: foto a ras de suelo de los raíles de la vía del tren viendo cómo se pierden a lo lejos entre el paisaje de la naturaleza.

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

2 Comentarios

  • Blanca Nelly Rave Echeverri dice:

    Muchas gracias Rafa, desde que te encontré y Leo tus post, siento que escribías para mí, estoy en este camino hacia la evolución, he despertado después de un batacazo de esos geniales que da la vida para despertarnos y reaccionar.

    Un abrazo inmenso!

Deja un comentario