Hoy quiero escribir sobre la pérdida.

Ese capítulo tan triste y tan doloroso.

Y que alguna vez todos hemos deseado desterrarla de la faz de la tierra.

Esa que a días te destruye el alma.

Esa que parece que se te lleva por delante sin poder evitarlo.

Esa que derrumba tus sueños y tu vida en un santiamén.

Que muchas veces hace tambalear todos tus cimientos.

Y que te hace llorar por los rincones.

Pero que existe.

Y es real.

Y es parte de la vida.

Esa que quien más quien menos conoce a la perfección.

La pérdida.

La de un familiar.

La de la pareja.

La de una mascota.

La pérdida un Ser querido.

O muy querido.

Esa que te arranca las entrañas de cuajo.

Y que de un día para otro convierte tu vida en un valle de lágrimas y de dolor.

De esa quiero escribir hoy.

Como no hay pastillas que alivien o hagan desaparecer el dolor de la pérdida…

Lo único que queda es aprender a gestionarla.

Porque lo peor que se puede hacer es esconderse.

O resistirse.

Porque si resistes, persiste.

Y si persiste, bloquea.

Y si te bloquea, lentamente te mata en vida.

Lo primero es hacer el esfuerzo de no resistencia.

Aceptar.

Dejar que te inunde la emoción.

Y aprender a transitarla con la respiración.

Pero antes de la emoción.

En el shock.

Lo primero y lo normal es sentir incredulidad.

Que te lleva un estado de inconsciencia como si no estuviera sucediendo.

Como si tu vida fuera un sueño.

Pero no.

Es real.

Y lo estás viviendo.

Faltas de atención, de memoria, desorientación, momentos de locura transitoria…

Palpitaciones, taquicardias, sudores, dolores musculares….

Has de saber que es normal.

Todo es completamente normal.

No te asustes.

No te resistas.

Llévalo con toda la tranquilidad que puedas.

Es tu sistema de defensa emocional el que hace de barrera para parar el primer golpe.

Estás en shock emocional.

Respirar abdominalmente de forma muy profunda te puede ayudar a gestionar este trance.

Después aparece la tristeza.

Acéptala.

Abréle la puerta.

Y déjala entrar.

Llora todo lo que tengas que llorar.

Suéltalo todo.

No te resistas en absoluto.

Todo lo que no llores ahora, se convertirá en rabia después.

Hay una herramienta muy buena para los periodos de duelo.

Por si has de seguir haciendo tu vida con relativa normalidad.

Es montar un pequeño santuario.

Elige un rincón de tu casa.

Pon unas fotos, unos recuerdos…

Enfrentarse a los recuerdos da pánico, lo sé.

Pero es una buena herramienta para soltar.

Elige un momento del día.

Por la mañana al levantarte, por la noche antes de acostarte…

Siéntate durante un tiempo determinado.

Diez minutos, quince…

Depende del dolor y lo que necesites.

Ponte a escribir, a recordar…

Y abre la puerta para que salga toda tristeza.

Toda.

Es como abrir la manguera para sacar toda el agua.

Eso sí.

Una vez acabas, procura no llorar más.

Respiras, te relajas.

Te pegas una ducha y entras otra vez en la vida cotidiana.

Lo que consigues así es que la tristeza no te bloquee tu energía vital.

Estarás triste, sí.

Pero liberando las lágrimas no perderás tu energía.

Esa que necesitas para seguir con tu vida normal.

Porque si o si, la vida sigue.

Y la tristeza, es como la alegría.

Te ríes, te ríes…hasta que dejas de reír.

Porque todo acaba.

Como la vida.

Pues la tristeza, lo mismo.

Lloras, lloras, lloras hasta que dejas de llorar.

Eso sí, las lágrimas para que sean finitas han de ser de aceptación.

Aceptando lo que ES.

Porque si lloras por lo que PODIA HABER SIDO Y NO ES.

Es lamentación.

Y son lágrimas de resistencia.

Esas no se van.

Pueden durar eternamente.

Si aceptas, tarde o temprano se acabará el llanto.

Cuanto más llores, más acortarás el plazo.

Después vendrá un periodo de rabia.

No falla.

La rabia siempre acude.

La pérdida y la muerte son de las pocas experiencias capaces de movilizar a todas las emociones.

Casi al mismo tiempo.

Pero acepta.

Acepta, acepta y acepta.

Nunca te resistas.

Es la herramienta más potente que existe en estos casos.

Si tienes mucha rabia puedes hacer lo siguiente.

Escribe cartas sobre ella.

Contra el mundo.

Contra quien creas que tiene la culpa.

Grita, golpea…

Cómprate un punching.

Da igual.

Lo que sea.

Lo importante en estos casos es soltar.

Suéltala.

Como a la tristeza.

Y tarde o temprano la rabia te dejará en paz.

Si la identificas, la aceptas y la respiras, será mucho más llevadera.

Y el miedo.

También acudirá.

Recuerda que son tus amigas y vienen todas a ayudarte en tu peor momento.

Nunca te dejan solo.

Te defienden a muerte ( para que luego las desprecies)

Como decía, el miedo también vendrá.

En mayor o menor medida según sean tus carencias emocionales.

Cuanto más abandono hayas sufrido en tu vida.

Y más faltas de necesidades afectivas básicas.

Más vendrá el miedo a la soledad.

Al futuro.

A que nunca más volverá a ser igual.

A que jamás nadie te volverá a querer.

Pero acepta.

Y haz caso al miedo.

Será tu mejor confidente.

Habla con él.

Escribe una carta sobre lo que te dice.

Sólo viene para decirte que has de trabajar mucho más en ti.

Y todo aquello que te daba aquel SER que se ha ido.

Ahora tendrás que aprender a dártelo tú.

E integrar su energía en tu interior.

El antídoto del miedo es el amor.

Amate más que nunca.

Y no caigas en pensamientos destructivos.

Y poco a poco el torbellino de emociones se irá apagando.

Hasta volver a la tranquilidad.

Confía en ti.

Confía en la vida.

Enfócate en el futuro aunque te sea complicado.

Cuando caigas en el hoyo.

Toma conciencia de tus pensamientos.

Y salte.

Salte como si fuera fuego.

Y cambia el foco.

Porque si te regodeas en el dolor te hundirás más.

Y estarás reforzando precisamente esa red neuronal.

La del dolor.

Respira.

En todo momento respira.

Porque el oxígeno te mete en la vida.

Y aunque a veces parezca que te la arrebaten.

La vida sigue estando ahí.

Latiendo.

Siempre latiendo.

Incluso en la pérdida.

Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

Un SER HUMANO
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