Hace años, cuando todavía era la rabia personificada y buscaba fuera lo que tenía que encontrar dentro, me consideraba el salvador de todo el mundo.
Tenía la necesidad imperiosa de cambiar a las personas que me rodeaban porque pensaba que mi forma de entender la vida era la más válida y la mejor. Sin ni siquiera pararme a pensar que había otras tan respetables como la mía.
Me dejaba la vida, la piel, el dinero y todo lo que hiciese falta para convencer y conseguir que los demás fueran felices, sin preguntarme si yo lo era realmente.
Y resultaba que por intentar dar lo máximo a los demás, olvidándome de mí, acababa sin energía, cabreado, cansado y lo que es peor, frustrado y rabioso por no conseguir la felicidad ajena.
Era una salvación distorsionada. Aquello de dar, pero inconscientemente esperando a recibir.
Porque, en realidad, estaba buscando en la felicidad de los demás la mía propia y sin ser consciente de ello, el amor, la valoración y el respeto del exterior que yo no me daba.
Hasta que después de un profundo proceso de cambio personal entendí que la felicidad y la plenitud siempre vienen de dentro y que cada uno es responsable de su propio destino.
Que hay personas que por mucho que les bajes el cielo a la tierra, nunca conseguirán ser felices, ni que les des tu vida entera.
Hay una frase que dice “si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta”. Y tiene toda la razón.
No esperes a que llegue la oportunidad de ser quien realmente quieres ser. Muévete y llegará la oportunidad de serlo.
Tomar el mando de tu vida y convertirte en el único responsable de todo lo que te sucede es algo que nadie nos ha enseñado. Pero se aprende. Y se hace trabajando en uno mismo.
La serenidad, la armonía, la tranquilidad, el equilibrio, el agradecimiento, la generosidad, la bondad, la honestidad, el amor, el altruismo, todos ellos conducen a la felicidad.
Existen. Y no necesitan de nada ni de nadie.
Están en tu interior. En tu más pura esencia. En tu alma.
Y hay que integrarlas día a día.
La felicidad es una forma de vivir.
Es una forma de pensar, una forma de sentir y una forma de enfocar.
Es aceptar plenamente que la vida son luces y sombras, sonrisas y lágrimas y días y noches.
En eso reside la plenitud y la verdadera felicidad de vivir.
En dejar de luchar y reaccionar. En salirse de la dualidad.
En dejar de quejarse y disfrutar conscientemente de las pequeñas cosas que nos ofrece este mundo cada día.
Hay que entrenarse en vivir la vida disfrutándola, no sufriéndola.
Pero para ello hay que trascender el ego, esa máscara tan ciega, y llegar a la verdadera esencia original.
El camino hacia la esencia es un camino lleno de pequeños pensamientos, pequeños sentimientos y pequeñas acciones diarias, que de tan pequeñas creemos que son tonterías y por eso nunca las hacemos.
Y esas tonterías son las que nos llevan al verdadero agradecimiento por la vida.
Si las entrenáramos diariamente y reconociéramos que estamos instalados en un ego, a veces demoledor, entenderíamos que nos estamos perdiendo grandes oportunidades de querernos en lugar de discutirnos, oportunidades de dar ejemplo a nuestros hijos y demostrarles que la emoción humana es de una potencia extraordinaria, de educarles desde la verdadera libertad de decisión personal, en el amor y en la confianza y no desde el miedo, la rabia, la obediencia o el castigo, de comprendernos más los unos a los otros, de respetarnos en lugar de insultarnos, de trabajar lazos de amistad en lugar de generar guerras absurdas con tal de tener razón y en definitiva de hacer un mundo un poquito mejor.
Cuando entendí que detrás de un “borde”, “un cabrón” o un “gilipollas” hay un ser humano con mucho dolor acumulado en su interior o que jamás ha sido consciente de que pueden existir otros mecanismos de adaptación al mundo, todo cambió para mí. Porque juzgar desde la inconsciencia lleva directamente al sufrimiento.
En mi proceso entendí que el alma es pura, libre y poderosa, pero la máscara es limitada y distorsionada.
Por eso me hice coach, estudié psicología transpersonal y me especialicé en coaching cuántico.
Para ir más allá del personaje y trabajar la visión del observador.
Para conectar con la esencia del ser humano y sus emociones.
Para despertar la magia de la vida.
Para acompañar a las personas a rehacer su máscara.
Porque al fin y al cabo, lo que reacciona a nuestro día a día, es eso.
Una máscara, un personaje.
Y somos más que nuestro personaje.
Mucho más.
Afirmar que “yo soy así” es desconocer tu verdadero potencial.
Tú no eres así.
Tú o tus circunstancias te han hecho así.
Pero puedes hacerte como quieras y conseguir lo que quieras.
Dispones de todo el piano para rehacer la melodía más auténtica de tu vida.
Simplemente has de querer y saber cómo hacerlo.
Depende de TU DECISION PERSONAL.
Y esa decisión siempre está AQUÍ Y AHORA. Ni ayer, ni mañana, ni en el futuro.
AHORA. Porque el pasado y el futuro sólo existen en tu mente. No son reales.
No quiero convencerte ni mucho menos, porque entiendo que cada uno tiene su camino y su propio proceso y como sucede en la naturaleza, la fruta sólo se cae cuando está madura.
Sólo deseo transmitírtelo aportándote mi propia experiencia, por si te puede servir.
De ahí que abriera esta página de Facebook hace dos meses y siete días.
Para poder aportar a todo aquél que lo desee mi nueva forma de entender la vida y mi visión del ser humano.
Escribo diariamente mis post desde la más humilde y libre decisión personal porque me apetece, sin forzarme a nada, porque siento que un mundo mejor es posible, porque creo que mejorar las relaciones entre los seres humanos es una misión que nunca hemos de olvidar y porque entiendo que el conocimiento ha de ser universal y expansivo.
Y hoy en día, las redes sociales me brindan la oportunidad de aportar mi granito de arena al bienestar de las personas.
Por eso os doy dos mil gracias a todos por estar ahí.
Son dos mil razones diarias nocturnas (a veces hasta siete mil gracias a todos los que compartís mis post) para seguir reafirmándome en mi camino y pensar que sea como sea tu máscara y por muy altas que sean las limitaciones y los muros que te hayas construido.
Derribarlos siempre es posible.
Basta con abrir la luz.
Porque ahí dentro, detrás de esos muros, siempre hay luz.
Aunque no lo creas, no lo sepas, no la veas o ni siquiera te interese.
Pero la hay.
No hay que verla, hay que sentirla.
Si, justo ahí, donde late la vida.
En tu corazón.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com
Realmente es así. Lo vivo igual que tú gracias a mis experiencias de vida. Gracias por estar ahí.
Un abrazo.
Estrella
Gracias a ti Estrella por seguirme y por tus comentarios
Un abrazo