Seguro que cuando eras pequeño te enseñaron en clase de matemáticas aquello de la intersección de conjuntos, donde la intersección era otro conjunto con los elementos comunes de cada uno.
Todo lo que ves, todo lo que haces, todo lo que piensas, todo lo que sientes y en definitiva, la percepción de todo lo que te rodea se reduce a tres conjuntos .Tan fácil como eso. Y dependiendo del que domine, tu vida será un paseo triunfal, un verdadero infierno o un aburrimiento donde no quieran ni entrar los colores.
El primer conjunto es el reptiliano, la parte de tu cerebro más antigua, la más instintiva, la más animal, la responsable de las respuestas más primitivas, aquella que se encarga de la supervivencia pura y dura, de la reproducción y del control del territorio. Es donde están la agresión y la fuerza y el “sólo vale ganar”.
Aquella que se encarga de que todo el día tengas el miedo más básico metido en el cuerpo porque vive de eso. De estar en modo alerta a todas horas, de tenerte “machacadito” y de inventarse todos los miedos posibles para que percibas la realidad como ella necesita: miedo a la enfermedad, miedo a quedarte sin dinero, miedo a no poder comer, miedo a perder el trabajo, miedo a perder tu casa. Lo suyo es sobrevivir.
No piensa ni siente, sólo reacciona.
Y cómo no, también vela por la reproducción, el sexo más salvaje y los instintos más pasionales. (no vaya a ser que la especie entre en extinción).
Pero no todo va a ser malo. También tiene sus cosas buenas, es la que te salva de caer por los precipicios, la que te hace echar para atrás cuando se te viene un coche encima, la que te hace reaccionar en caso de peligro inminente y la que ha hecho que tú estés aquí leyendo este blog porque tu padre tuvo el instinto de aparearse con tu madre.
El reptiliano está directamente conectado con tu cuerpo físico.
El segundo conjunto es el límbico. Esa parte del cerebro no tan primitiva como la primera, más emocional. Esta parte es la responsable de tu afectividad, de tu angustia, de tu melancolía, de tu tristeza, de tu rabia, de tus celos. Es la que regula todas tus emociones y la que hace de baúl de todos tus recuerdos.
Aquella que hace que te enamores locamente y pierdas los papeles dejándolo todo por amor, aquella que hace que llores amargamente cuando sufres una pérdida y entres en una tristeza casi incontrolable o sientas una pasión desbordante que hace que te creas que puedes con todo y te sientas un superhéroe.
El amor y el corazón son los grandes amigos del límbico, también los sentimientos, el afecto y la alegría. Es aquella parte de ti que siente, que vibra, que se apasiona, que hace que de vez en cuando te zambullas en verdaderos remolinos emocionales sin salida y que pierdas el norte en demasiadas ocasiones.
Pero como el primero, también tiene su lado positivo. Es capaz de llevarte a esos estados de paz, de ternura, de cariño, de armonía y de conexión con el todo donde te quedarías eternamente. Es la responsable de que tengas la capacidad de sentir empatía por otros seres humanos (tan escasa últimamente) a través de la comprensión y la compasión, tan necesarias para que las relaciones con tus seres queridos te llenen de felicidad y te sientas pleno al sentir verdadero amor por todo aquello que te rodea.
Y nos queda el tercero, el neocórtex. Este es el sabio, el inteligente, el que cree que todo lo sabe y todo lo racionaliza. Para él todo es raciocinio, no le hables ni de emoción ni de instinto básico. A él le encanta entender, pensar, explicar, razonar, teorizar y buscar una solución lógica a todo lo que sucede a su alrededor. Si no lo hace, no puede vivir. Por eso siempre está intentándote engañar y llevándote a discusiones inútiles. Siempre quiere tener razón, a toda costa, porque si no se muere. Así como el primero te lleva al miedo y al control y el segundo te lleva al descontrol emocional, éste te lleva directamente al matadero de la racionalización absoluta.
Es el gran responsable de que estés metido en esos bucles interminables de pensamientos, a veces llegando a la locura sin poder parar esa vocecita que continuamente busca una explicación y se pregunta por qué, por qué, por qué…
A él le debes todas esas noches en vela esperando encontrar una solución lógica a lo que te sucedió, todos esos días malgastados intentando entender cosas que jamás podrás entender (sólo aceptar) o esas relaciones rotas y maltrechas por entrar en guerras absurdas buscando quién tiene la razón cuando en realidad, todos tienen razón.
Pero claro, no podía ser menos que los otros dos y también él te quiere aportar todos sus beneficios. Te aporta esa milagrosa capacidad de pensar, de analizar, de sintetizar, de estudiar, de interpretar la realidad que percibes, de reflexionar, de solucionar problemas, de procesar toda la información y utilizarla para tu mayor beneficio, de escoger el comportamiento adecuado a cada momento. Y en definitiva, es esa parte que te diferencia de todas las demás especies de la faz de la tierra y que te da el lenguaje.
Llegados hasta aquí y vistos los tres conjuntos ya te habrás dado cuenta dentro de qué conjunto cojeas. Por una razón o por otra la vida te ha hecho cojear de uno, de dos o incluso de tres. O te ha llevado sólo a utilizar el primero y a desgastarte batallando toda tu vida intentando sobrevivir en un ambiente hostil. O a desarrollar el segundo, viviendo años y años en montañas rusas emocionales de vértigo que dejarían noqueado a cualquiera. O te has pasado tu existencia intentando racionalizar y explicar lo inexplicable perdiéndote así la oportunidad de sentir la magia de la vida (porque la magia no se piensa, se siente).
Pero poco importa cómo has llegado hasta aquí y cómo es la teoría de tus conjuntos.
Qué más da. Sea como sea tu teoría de conjuntos, aquí estás y lo has hecho lo mejor que has sabido.
Lo importante es que seas consciente de cuáles son esos conjuntos, cómo los has desarrollado y si tienen una relación equilibrada entre ellos. Así, cuanto antes podrás ponerte a trabajar y empezar a encontrar aquello que de pequeños nos enseñaron. La intersección.
Y cuál es la intersección, te preguntarás.
La intersección eres tú.
Allí donde está todo. Allí donde está el perfecto equilibrio. Allí donde está la pura esencia. Allí donde se domina todo.
Eres el “puntazo”.
Sólo has de encontrarte.
Y será un paseo triunfal.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com