Si algo bueno tiene estrellarse y quedarse sin nada es que no tienes más “güevos” que reaccionar.
No te queda otra.
La opción es levantarte o levantarte.
Te duela o no te duela.
Estés triste o estés rabioso.
Tengas miedo o tengas pánico.
Aunque por las mañanas la ansiedad no te deje ni abrir los ojos.
No hay opción.
Has de levantarte, ducharte y moverte.
Así que a duras penas me levanté.
No sin ayuda, no te voy a engañar.
Pero me levanté.
Yendo muchos días, muchísimos, a mi árbol favorito de la Ciudadela a desahogar mis penas.
Allí lloraba, soltaba, respiraba y cuando había soltado, me levantaba y me venía para casa.
Tener tantas pérdidas y tan seguidas (en realidad, mi vida entera) me llenó de profunda tristeza y llorar fue el mejor gimnasio emocional que tuve durante muchos días.
Es un ejercicio, el de llorar, que te recomiendo porque te regenera y te sana el alma.
Afirmo categóricamente que aquellas terroríficas frases y que tanto daño han hecho de …
“Llorar es malo”, “llorar es de débiles” “llorar te conduce a la depresión”, “ llorar es de nenas”, entre otras, son auténticas DISTORSIONES y aberraciones.
Llorar es SANO.
Sanísimo.
Te deja nuevo.
La tristeza es esa amiga que te cuida.
Que te protege.
Que te envuelve dulcemente.
Que te abraza.
Que te dice… “venga descansa, párate, ríndete a la vida, llora, límpiate las heridas, sánate, regenérate y cuando estés listo para volver a caminar, hazlo para volar”.
Te deja como nuevo, siempre y cuando sea tristeza profundamente comprendida y aceptada.
Si es tristeza de resignación y no aceptada, de frustración, de victimismo, de queja o de rabia no te sana.
Si es de esa tristeza a la que tú le dices algo así como…” venga, a ver cuándo te largas que me molestas..”
Esa no te sana.
Todo lo contrario.
Te toxifica y te refuerza más el sufrimiento y la resistencia.
Estrellarse ha sido un camino muy duro, pero en este camino me he hecho muy amigo de mis emociones.
Y de la respiración.
Ahora me encantan la respiración, la rabia, la tristeza y el miedo.
Soy un verdadero fan.
Tanto que gran parte de mi formación y mi trabajo profesional se basa en la gestión emocional y la respiración.
Si respiras y sientes, existes.
Si no, mueres.
Eres vida o muerte, depende cómo sientas y respires.
Así de básico y fundamental es sentir y respirar.
Así que ahora, casi cuatro años después de la debacle, con la respiración y las emociones ya somos grandes amigos, así como con la soledad y el silencio, a los que no había conseguido soportar jamás en mi vida.
¿Yo en silencio y solo?
Nunca jamás.
Me apuntaba a un bombardeo con tal de no quedarme solo en casa.
Eran mis mayores miedos.
Así que estrellarme me sirvió para enfrentarme a mismo y para descubrirme.
Ahora no podría pasar sin mi espacio diario de silencio, de soledad y de encuentro conmigo mismo.
La dureza ha sido mi mejor maestra, las emociones mis mejores sherpas y la respiración mi mayor calmante.
Y por supuesto, yo he sido el mejor aprendiz porque me he entregado a la experiencia.
Por eso he transformado mi vida.
Porque en ningún momento me he resistido (he de decir que tampoco pude, no tenía ya ni fuerzas para resistirme)
Así que la vida me ha puesto delante la dureza necesaria para llegar hasta aquí y consolidar mi nuevo proyecto profesional, que cada día está más afianzado.
Reconozco que en este camino, si hubiera tenido una situación económica cómoda, una situación familiar que me permitiera sentarme en el sofá tranquilamente a ver series de Netflix acurrucado con mi pareja o mi familia o si hubiera tenido una vida social muy agitada, hoy no estaría aquí escribiendo.
Más de una noche y de dos y de tres, mis saboteadores me hubieran ganado la partida con aquello de:
-“ baaaah, déjalo, no merece la pena, total, ya lo harás mañana que tienes sueño y has de descansar”
O aquellos otros ( peores todavía) de…
-“ qué cojones has de escribir tú, si no has escrito en tu puñetera vida,… no ves que no te va a leer nadie ? y si te leen , para cuatro que lo van a hacer no hace falta que te esfuerces tanto”
Si mi situación hubiera sido más cómoda, ni habría blog, ni habría seguidores, ni talleres, ni quizá consulta y muy probablemente, ni siquiera habría proyecto Rafa Mota.
Porque me hubiera relajado y habría bajado la guardia.
Pero la vida, que es sabiduría pura, me quería aquí escribiendo noche tras noche, abriendo una consulta, quería que me expandiera transmitiendo consciencia y por eso me ha sometido a un duro entrenamiento durante todo este tiempo.
Ahora, que ya va saliendo el sol en mi vida, estoy muy agradecido a la vida, al Universo, a Dios, a la energía, a quien quieras llamarle, por esta segunda oportunidad.
Que en realidad, era la mía.
La auténtica.
La otra, la de los negocios, no era mía.
La creé yo, pero de forma inconsciente.
Ésta la estoy creando totalmente consciente de lo que creo.
Así que te puede sonar chocante, pero estrellarme ha sido un todo un regalo para mí.
Me ha hecho comprender que el error es evolución y transformación.
Así que si la vida es transformación pura y dura, puedo afirmar rotundamente que el error te abre a la vida.
Tantos obstáculos han hecho que me diera cuenta de quién soy y tuviera que enfrentarme a mis demonios.
Porque una cosa está clara.
Si quieres evolucionar y transformar tu vida has de enfrentarte a tus miedos.
Si o sí.
Has de mirar de frente a tus sombras.
A tu oscuridad.
Y eso duele.
A veces, demasiado.
Por eso el ser humano huye despavoridamente de sí mismo.
Porque las historias duelen.
Y “creemos distorsionadamente” que mejor olvidarlas y meterlas en el baúl de los recuerdos que mirarlas a la cara.
Pero esa creencia sólo es una distorsión.
Por eso, el mundo está como está.
Lleno de sufrimiento, inconsciencia, de frustración, de dolor y de tristeza.
No hay nada más sanador que observar tu oscuridad.
Porque observándola, le pones la luz necesaria para desvanecerla.
Si algo he aprendido en este proceso de autodescubrimiento es que aquellos demonios que tanto miedo nos dan, no son más que niños y niñas mal heridos, abandonados, rechazados, infravalorados, ninguneados, culpabilizados, incapacitados, comparados, tristes, frustrados, atemorizados o perdidos.
Y esos “pequeños demonios” se desvanecen cuando el amor, la ternura, el cariño, el respeto, la valoración y el reconocimiento llegan a sus vidas.
Y para colmar de amor, reconocimiento valoración, cariño y ternura a tu pequeña o pequeño demonio solo hace falta una cosa.
Una decisión.
La de tratarte bien y amarte el resto de tus días.
Cuando fui consciente del daño que le había causado a mi niño con mis embestidas contra la vida y contra el Universo, mi vida dio un vuelco espectacular.
Ahí me di cuenta de que yo también existía.
De que yo era un niño mal herido.
Y que lo había sido durante todo este tiempo.
Exigiendo al mundo que me diera lo que en su momento no me dieron a mi, olvidándome de que los demás también estaban malheridos.
Era esa parte de mi inconsciente que rabiaba cuando no me hacían caso.
Que lloraba cuando me abandonaban o me quedaba solo.
O que tenía pánico a que no me valoraran.
Ese era mi niño.
Y yo me había olvidado de él durante toda mi vida.
¡¡Cómo no le iba a doler que no le hicieran caso!!
Si yo fui el primero en abandonarle.
En dejar de amarle y reconocerle.
Ahí fui consciente.
Ahí todo cambió.
Fue cuando recuperé al payaso.
Fue cuando me di cuenta del niño que fui.
Cuando conecté con la ilusión del mundo del circo.
Y con las estrellas que tanto me gustaban.
Ahí fue cuando dije …uaooo, ese niño soy yo(y ni me había dado cuenta)
Y fue como volver a nacer.
Tal cual.
Respirar.
Sentir.
Ilusionarme otra vez.
Y empezar a vivir.
Y ahí, me reinventé.
Rafa Mota
Personal Coach