Bastante a menudo leo la frase de “vive tu pasión”.
Con la coletilla “y haz de ella tu forma de ganarte la vida”.
Bueno, mejor yo diría, tu forma de “vivirte” la vida.
Porque lo de ganarte presupone que ya la has perdido antes de empezar.
Empezamos mal.
Así no me extraña que todo sea sacrifico, sudor y lágrimas.
Si llegas aquí habiendo perdido la vida (para ganarte algo, primero has de perderlo) apaga y vámonos.
A partir de ahora, de ganarte la vida, nada.
A partir de ahora, vivirla.
Destierra lo de ganártela.
Y menos con el sudor de tu frente.
Que ganarla, te la has ganado sólo por el hecho llegar a este planeta.
Has venido aquí a disfrutar y a ser feliz.
Por muchas milongas que te hayan contado.
Que el inconsciente colectivo es especialista en hacerte sentir culpable.
Y llevarte directamente al infierno.
Así que ni caso.
En fin, hoy venía a escribir sobre el disfrute.
Y vivir la vida con pasión.
Porque al final de lo que se trata es de vivir el cielo en la tierra.
Que es justamente al revés de cómo te lo habían contado.
Que yo sepa, aquí en la tierra, si tu vida es un aburrimiento, te vas al infierno.
Y si te apasionas, te vas directamente al paraíso.
¿Qué prefieres?
Pero para vivir tu pasión, primero has de conocerla.
Porque si no sabes cuál es, difícilmente la vivirás.
Y para conocerla, has de ir hacia dentro.
Hacia tu interior.
Allí donde está tu luz.
Y tu alma.
Porque no es que no sepas cuáles son tus pasiones.
Saberlas y conocerlas, las conoces.
Pero ya no te acuerdas.
Hace muchos años cuando eras un niño o una niña, te divertías.
Y mucho.
Jugabas, reías, cantabas, gritabas…
Te permitías hacer, decir y sentir lo que te diera la gana.
Tu niño se apasionaba haciendo cualquier cosa.
Haciendo de payaso (mi caso).
Imaginando que eras motorista, bombero o peluquero.
Haciendo piruetas.
O pintando.
Y tu niña bailando, saltando o cantando.
Daba igual.
A cualquier cosa le ponías pasión.
Al principio lo hacías por verdadera vocación.
Porque te brotaba del alma.
De tu más pura esencia.
Hasta que un día te diste cuenta de que haciéndolo, llamabas la atención.
Hacías gracia.
Tus padres estaban por ti.
Los niños de tu alrededor te miraban.
O incluso te aplaudían.
Y te gustó.
No solo te gustó.
Te encantó.
Y te enganchó.
Ahí empezaste a perder el paraíso.
Lo que era un disfrute del alma se fue convirtiendo en una expectativa de aplauso y reconocimiento.
De valoración y de aprobación del exterior.
Te olvidaste de ti para enfocarte en gustar a los demás.
Y ya hace tantos años que ni te acuerdas.
Pero la necesidad de aprobación está en tu inconsciente.
Ahora te toca hacer un viaje a la inversa.
Enfocarte en tu niño o tu niña.
Reconocer tu búsqueda desesperada de valoración exterior.
Y olvidarte de los demás.
Cierra los ojos.
Pregúntate con qué disfrutabas.
Con qué soñabas.
Y deja que te venga.
Viaja al corazón.
Recupera tu niño.
Fortalece tu identidad.
Y olvídate de lo que digan, sientan o quieran los demás.
Porque tu pasión es tuya.
De nadie más.
Que no te cuenten historias.
Si tu padre es abogado, perfecto.
Que lo sea.
¡¡Pero tú quieres ser artista!!
Si tu madre quiere que montes un negocio, sientes cabeza y pagues tu hipoteca.
Perfecto.
Pero es su idea de vida, no la tuya.
¡¡ Tú quieres ser libre!!
Si en tu familia creen que los pintores se mueren de hambre.
Perfecto.
¡¡Pero tú quieres ser pintora!!
Disfruta, disfruta y disfruta.
Apasiónate por tus sueños.
Y apuesta por ti.
Solo así contagiarás al mundo con una sonrisa.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com