Los humanos estamos acostumbrados a pensar, a buscar y a soñar.
Perseguimos sueños y paraísos.
Planteamos retos y objetivos
Buscamos misiones y propósitos.
Hablamos y disertamos sobre espiritualidades, realidades unificadas y conectadas.
Nos llenamos de la palabra aceptación.
Corremos detrás de ideales.
Hacemos y hacemos con tal de no sentirnos ni reconocernos.
Soñamos aquello que no tenemos, negando, rechazando y despreciando aquello que vivimos.
Así somos los humanos.
Huimos descaradamente de la vida y encima nos contamos «trolas» (mentiras coloquialmente) con tal de maquillarlo y justificarlo.
Debo reconocer que soy de los que me pasé mucho tiempo visualizando muchos, muchos billetes y algunos coches rojos a todas horas.
A ver si sonaba la flauta.
Por probar…
Cuando me abandonaban, visualizaba que volvían románticamente a buscarme.
Así mientras me deseaban en mis mejores sueños, me olvidaba de mis peores miedos.
Empapelaba mi habitación con fotos de fajos verdes y lilas (en aquella época eran billetes de mil pesetas y cinco mil) pero nunca lo conseguí.
Tuvo que venir la vida con la ruina a darme un severo tortazo para que despertara y a decirme esto:
Que no busque.
Que pare ya.
Que no visualice.
Que no espiritualice.
Que no me monte películas.
Que no piense.
Que no huya más.
Que ya vale de sufrir.
Que la VIDA la llevaba encima sin enterarme.
Que parara, respirara profundamente y sintiera mi miedo y mi dolor más originales.
Y eso hice.
«Morir» de dolor para renacer.
Ahora, ya no me monto películas ni de Walt Disney ni de Hollywood ni de nadie.
Sufro muchísimo menos y la vida me fluye mucho mejor.
Y fluir no significa no tener enormes y dolorosas contracciones.
La vida es lo que tiene.
Que está tan escondida que duele enormemente descubrirla.
Rafa Mota
www.rafamota.com