Eras TODO.
Y un día te perdiste.
Somos TODO.
Y un día nos perdimos.
Todos.
Nuestros ancestros.
Nuestros antepasados.
Nuestros padres.
Todos nos perdimos.
La humanidad entera se ha perdido.
De tanto mirar hacia fuera, nos hemos quedado vacíos y asfixiados.
Sin oxígeno.
Sin energía.
Sin VIDA.
Sólo con la justita para sobrevivir.
Y claro, estamos fundidos.
Apáticos.
Desmotivados.
Insatisfechos.
Estresados.
Agotados.
Enfrentados.
Ansiosos.
Tocados.
Depresivos.
Neuróticos perdidos.
Sin vida.
Medio muertos.
Dormidos.
Estamos profundamente dormidos.
Y eso frustra y duele.
Y lo que es peor, nos priva de desarrollar los grandes potenciales que los humanos tenemos en nuestro ADN por despertar.
Para subsanarlo, hemos optado por la anestesia rápida.
Que agrava el problema en lugar de sanarlo.
Ir a buscar fuera lo necesario para llenar lo que nos falta dentro.
Buscamos vida fuera para no sentir el vacío de vida dentro.
Para no sentir el dolor.
Para no sentir la nada.
Para no sentir-NOS.
Buscamos alivio.
Buscamos calmantes.
Buscamos una pareja que nos quiera.
Un trabajo que nos de dinero.
Un jefe que nos valore.
Unos família que nos respete.
Unos hijos que calmen nuestras propias carencias.
Un boleto con el número agraciado en la lotería.
Un exitazo profesional que nos haga sentir en una nube.
Una vida sin miedo.
Una vida feliz.
Una vida abundante.
Buscamos, buscamos y buscamos.
En realidad, buscamos la energía que nos falta.
La energía que un día, de tanto mirar a los demás, perdimos por el camino.
Y nos chutamos.
Con las apps.
Con la tecnología.
Con la comida.
Con el juego.
Con el sexo.
Con las compras.
Con el consumo.
Con el culto al cuerpo.
Con el derroche.
Con los “likes”.
Con las broncas.
Con las adicciones.
Con todo lo que nos de un chute rápido de dopamina y endorfinas.
Con todo lo que nos traiga esa ansiada y supuesta felicidad que “creemos” nos vendrá de fuera.
Por chutarnos, que no quede.
Menos de nuestra propia vida, nos chutamos de lo que sea.
Y como nos enseñaron a rezar para pedir.
Pues rezamos y pedimos.
Y si no, visualizamos.
Que para el caso, es lo mismo.
Pero en lugar de tener un tinte religioso, tiene un tinte más científico.
Pero pedir, pedimos.
O leemos sobre espiritualidad, a ver si alguien nos da la receta mágica.
O si no, seguimos a quien haga falta.
Y si no, nos leemos “el secreto” y nos empapelamos la habitación con fotos de mansiones y dinero.
O si no, pastillazo que no duele y anestesia rápido.
Así somos y así estamos.
Mientras nos chutamos de lo que nos llena, «parece» que hay vida.
Estamos “felices”.
«Parece» que no hay problema.
Aunque haberlo, haylo.
No se nota por la anestesia.
Pero haberlo, haylo y cada día se agrava más
Pero como la mente cree que ese es el camino, el buscar y el hacer, vamos tirando y parece que no “pasa nada”.
Mientras, el cuerpo, que nunca miente, se va cargando y tarde o temprano, revienta o se funde.
El colapso viene cuando no llega lo que nos ha de llegar, se tuercen las expectativas o perdemos lo que tenemos.
Entonces sí.
Es la hecatombe.
Es la “muerte”.
Ahí nos damos cuenta de que nos faltaba la vida.
De que éramos «muerte» camuflada y anestesiada.
Pero ya es demasiado tarde porque el sufrimiento es altísimo.
Es cuando maldecimos a la vida, a la mala suerte o a quien haga falta, buscando culpables, por lo que nos ha pasado.
Con tal de no mirarnos hacia dentro, lo que sea.
Porque esto de respirar e ir hacia el interior, es muy duro, lento y requiere mucho compromiso personal.
Es más fácil lo otro.
Lo de meterse pastillazo.
O echar balones fuera.
Lo del silencio, buff, qué difícil.
Lo de la responsabilidad personal, ufff, qué complicado.
Lo de trabajarnos, reconocernos vulnerables, tener la humildad de aceptar que estamos huyendo constantemente de lo que no nos gusta, asumir miedos, asumir debilidades, asumir que nos sabemos nada y que controlamos todavía menos ( principio de incertidumbre), eso ni de coña.
Si acaso, ya… otro día.
Pasar por ese trago, si acaso más adelante.
Que hoy tengo cosas que hacer.
Que no tengo tiempo.
Que no es mi responsabilidad.
Que el otro es el que ha de cambiar.
Que no necesito mirarme.
O cualquier otro rollo de los de siempre.
La mente, con tal de engañarte, te justifica lo que sea.
Sólo hay un único problema.
Que la vida tarde o temprano te pone en tu lugar.
Sufrimos porque tenemos un problema.
Hace muchísimo tiempo que nos olvidamos de lo que somos.
Vida en estado puro.
El Universo nos dio el poder y lo perdimos por el camino.
Somos vida y la buscamos fuera.
Incoherencia elevada a la enésima potencia.
Es una incoherencia de tal calibre que lo anormal sería que en la humanidad no hubiera neurosis, ni pánicos, ni depresiones, ni ansiedades, ni guerras.
Lo anormal sería que viviéramos en paz.
¿Cómo vamos a vivir en paz si por dentro estamos en guerra?
Desde la infelicidad que provoca habernos olvidado de nosotros y desde la grandísima falta de respeto hacia nosotros mismos por ausentarnos y evitarnos, andamos buscando la felicidad y exigimos a la vida que nos respete y nos traiga la abundancia.
No hay mayor incoherencia.
Y encima nos preguntamos que porqué no somos abundantes o porqué tenemos la «mala suerte» que tenemos.
El problema no es ser infeliz.
No es tener mala suerte.
No es no ser abundante.
No es no poder vivir en paz.
No es que te abandonen.
No es que no consigas dinero.
No es que la vida te de la espalda.
El dilema es la incoherencia.
Sufrimos por incoherentes.
El gran dilema es SER VIDA y creer que la hemos de ir a mendigar fuera.
Ese es el gran problema.
Lo único que hace la vida es recordarnos la incoherencia en la que caímos hace mucho tiempo sin enterarnos.
Por inconscientes.
Por automáticos.
Por supervivencia.
O por lo que fuera.
Pero nos olvidamos de que nosotros somos la vida.
Y ahora ya no hay excusa.
O la recuperamos o visto como está el mundo, nos vamos al garete.
Lo único que hace la vida es darte las señales para que dejes de buscar fuera y empieces a mirar dentro.
Lo único que hace la vida es darte señales para que te enteres de que tú eres el poder, la vida y la energía.
Y claro, las señales de la vida duelen.
Son grandes tortazos.
Tan grandes, que a veces, duelen tanto casi como una muerte.
Como cuando uno mira para el lado que no ha de mirar y le giran la cara para que mire hacia otro lado.
Pues eso.
Cada vez que te gira la cara la vida es para que se contraiga tu ego y se expanda tu alma.
Para que dejes de ser MIEDO y empieces a ser VIDA.
De la auténtica y la verdadera.
De la que brota y se regenera sola.
De la que irradia energía por sí misma y no de la que la chupa de donde y de quien sea.
De la que da luz sin tener que recibirla.
De la eterna y Universal.
De la que ilumina el mundo.
De la que brota de ahí dentro cuando eres de VERDAD y cuando respiras.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com
Me encantó…gracias por tu coherencia y por tu verdad…porque la verdad da paz… y porque la mentira duele