El virtuoso arte de perderse para encontrarse (9ª parte)

By diciembre 23, 2016Conciencia, Espiritualidad

El personaje que creé a lo largo de los años iba de un lado a otro del péndulo.

Del todo a la nada.

Y de la nada al todo.

Pero en público sólo mostraba el todo.

La fortaleza, la chulería a veces, el superego, el autoritarismo ( cosa que aprendí de mi padre), y alguna ocasión que otra, la agresividad verbal.

Era lo que coloquialmente se llama «un rebotado».

Pero en realidad, lo que había debajo era mucha tristeza no asumida.

De ahí que mostrara al exterior siempre la rabia.

La vulnerabilidad iba por dentro.

Y así me pasé muchos años.

Estudié económicas pero me pasé veintidos años teniendo empresas y negocios propios.

Y mi vida fue eso.

Un no respirar.

Un no vivir.

Sólo competía.

Con la vida y con todo lo que hiciera falta.

Como un toro salvaje.

Desangrándome sin ser consciente del daño que me estaba infringiendo.

O me reconocían y era el amo y señor o me hundía en la miseria.

Allí donde me decían que no..

¿Ah no?

Pues ahora será que sí.

¿El Universo decía no?

Pues yo decía SI.

Y cuidadín con que el Universo me lo negara.

Porque se iba a enterar el Universo.

Y allí iba yo.

Estampándome una y otra vez.

Porque aceptar un no era perder.

Era topar con el dolor y no me lo permitía SENTIR.

Tenía resistencia y miedo a sentir.

Así de ignorante era.

Pensar que eres más sabio que la vida es de ignorantes.

Bueno, es la igonrancia del ego que cree que lo sabe todo y no sabe absolutamente nada.

Con las parejas me pasaba igual.

Ah… ¿no quieres salir conmigo?

Pues ahora te voy a enamorar “por güevos”.

Y me rompía el corazón con tal de salirme con la mía.

Buscando reconocimiento a toda costa.

Amor, respeto, valoración, comprensión…

Y cuanto más lo buscaba, menos lo tenía.

Peleándome con todo y con todos.

Montando negocios.

Buscando, buscando, buscando…

Siempre buscando algo que me llenara ese agujero que nunca se acaba de llenar.

Haciendo, haciendo, haciendo…

Y nunca tenía suficiente.

Cuando abría un negocio y ya funcionaba.

Venga, otro.

Y otro.

Y sino, otro.

Y cuando no era un negocio, estudiaba.

Y si no era el salvador de todos.

¿Tienes un problema?

No te preocupes, yo te lo arreglo.

Eso sí, pobre de ti que algún día que no me quieras.

Porque montaba un pollo de mil demonios.

Y así fue toda mi vida.

Buscando, buscando, buscando…

Haciendo, haciendo, haciendo…

Sin acabar nunca de estar satisfecho.

Buscando inconscientemente la aprobación de mis padres.

Pensando que mis padres cambiarían algún día de opinión sobre mí y me dirían  » aaaah que hijo tan estupendo que tenemos» y me echaran flores…

Evidentemente nunca lo conseguí.

Porque ellos eran los que eran, con sus personajes respectivos en este teatro de la vida, con sus patrones mentales inconscientes tan arraigados que ni siquiera ellos se daban cuenta de las frases tan demoledoras que me decían.

Lo único que conseguí fue ser un esclavo de mis carencias afectivas y de mis grabaciones, de mis pensamientos y de mi poco amor y respeto hacia mismo.

Estuve huyendo toda mi vida de mi tristeza interior.

De mi pánico a la soledad.

De mis miedos.

Huyendo de la quiebra.

Por eso siempre quería más y más y más.

No motaba negocios por amor.

Montaba negocios por temor, que nada tiene que ver.

Una cosa es hacer porque ERES  y eres cosnciente de que ERES.

Y la otra muy distinta es hacer cosas por miedo a NO SER y por miedo a que nadie te quiera ni te valore.

La primera es ser consciente.

Y la otra es ser un inconsciente.

También huía del miedo al desamor.

Del miedo a no ser nadie.

Del miedo a que me abandonaran.

Siempre huyendo, sin parar.

Me negaba a sentirlo porque me dolía en el alma y me ponía de mala leche sentirme mal.

Y así fui tirando de un carro cada vez más pesado.

Perdiéndome cada vez más y alejándome de aquel niño al que le movían la ilusión de los payasos y las estrellas del infinito  hasta convertirme en un empresario cansado, quemado, rabioso, malhumorado y desgastado.

Y para sanar toda esa distorsión y ese cansancio vital que llevaba encima provocado por mi lucha contra la vida, en lugar de parar, reflexionar e inicar un viaje para el interior, hice todo lo contrario.

Huir otra vez.

En lugar de ser honesto y sentir el miedo, la tristeza y encontrarme, huí más todavía.

Y ahi llegó mi gran inversión.

La que me tenía que retirar para siempre.

La que me haría un buen empresario ( atreverse con una gran inversión en plena crisis cuando todos estaban pasándolo mal y empezaban a caer muchas empresas era sacar pecho buscando valoración y respeto y calmar mis ansias de reconocimiento)

Así que ahí puse toda la carne en el asador.

Lo hipotequé todo porque tenía que ser mi jubilación anticipada.

Era una inversión muy alta y de riesgo.

Por eso antes  lo consulté con mucha gente.

Con la familia.

Lo hablé con amigos.

Con  allegados.

Con el  banco.

Con mi abogado.

Todo el mundo me dijo que sí, que adelante.

Y yo estaba plenamente convencido.

En veinte años había tenido sustos y fracasos pero siempre me había recuperado en los negocios y todos me habían funcionado.

Pero era mi hora.

Era mi destino.

La vida me estaba esperando para mandarme a la casilla de salida.

La vida ya no tuvo más paciencia conmigo.

Ahora entiendo que debiera estar hasta los mismísimos de mi cobardía emocional.

Y se hartó.

La vida creyó que ya era hora de enfrentarme a todo aquello de lo que había estado huyendo toda mi vida.

Y fue implacable conmigo.

Abrí el negocio a todo tren.

Y el primer día, cuando todo el mundo me felicitaba y me daba palmaditas en la espalda por lo valiente que había sido y los «güevos» que había tenido, yo ya me di cuenta, y con perdón, de que la había cagado hasta el fondo.

Y efectivamente así fue.

Dos años disimulando que todo iba bien cuando el barco se me estaba hundiendo sin poder evitarlo pasan una factura emocional difícil de explicar.

Pero era mi hora.

Noches y noches sin dormir.

Ansiedad.

Pánico.

Mucha rabia y frustración.

Estrés.

Nervios.

Malestar.

Lloreras en soledad.

Deudas que se iban acumulando.

La procesión iba por dentro.

Mi resistencia y mi aversión a la debilidad hicieron que nunca me mostrara en público abatido.

Estuve sonriendo (cada vez menos) cuando no tenía ningunas ganas porque estaba destrozado interiormente.

Todo lo que puedas llegar a imaginar es poco.

Hasta que todo estalló por los aires.

Todo.

Fue cayendo todo.

Una cosa detrás de otra.

Primero el dinero.

Ahorros.

Después la empresa.

Cuando estaba económicamente fatal y hundido moralmente, mi pareja me dijo que también se iba.

La casa.

La casa de mi madre.

Todos aquellos que me apoyaron cuando decidí hacer la gran inversión, desaparecieron.

Y cuanto más necesitaba una palmadita en la espalda de apoyo, mi familia también empezó a reprocharme y a juzgarme por ser tan “irresponsable”y por haber dejado hundir mi empresa.

Reacción que se agrandó cuando decidí que lo mío sería el mundo del crecimiento personal y espiritual.

Te puedes imaginar como sentó en una família donde el esfuerzo, el sacrificio, el negocio es el valor número uno el que yo decidiera después de una quiebra millonaria, «fluir con mi SER».

Irresponsable e inconsciente es lo más bonito que me dijeron.

Te puedes imaginar el resto.

«Lo de fumar porros y hierba» también fue una de las frases favoritas durante un tiempo.

Ahora que ya está amaneciendo otra vez en mi vida y que todo empieza a estar más calmado, mi madre todavía se refiere a mi nuevo trabajo como «esas cosas que haces tú», como si fuera de otro mundo.

Así que me perdí tanto que al final la vida me dio tal guantazo que me quedé sin nada.

Con una mochila de deudas y sólo conmigo mismo.

Poco más.

Sólo yo.

¡¡Y bingo!!

Ahí me tocó la lotería.

Empecé a existir.

Ahí conecté con el niño que llevaba dentro al que le gustaban las estrellas y el infinito.

Y encontré el camino de vuelta a casa.

Me quedaron muy pocos amigos, tan pocos que con los dedos de una mano me sobran para contarlos.

Pero quedaron los autéticos y verdaderos.

Si algo tienen las tempestades es que se llevan todo aquello que no tiene raíces profundas y que no está bien asentado.

Mi vida quedó hecha un auténtico desierto.

Lo pasé muy mal.

Fueron días y noches tremendamente oscuras.

Pero me enfrenté a mis tres peores pánicos.

La soledad, la quiebra y la ruina económica y al abandono.

Aquellos de los que había huido toda mi vida.

Y doy gracias al Universo, a la vida, a Dios o a la energía por haberme dado esta gran oportunidad

Porque aparecí yo.

Me di cuenta de que yo existía.

Inicié un viaje interior con ayuda, por supuesto, de grandes maestras de mundo de la terapia y del crecimiento personal.

Empecé a trabajarme.

A conocerme.

A reinventarme.

A formarme otra vez.

A estudiar.

A hacer prácticas gratis ( a mi edad) en fundaciones.

Y hace poco más de año y medio abrí este blog sin que nadie me conociera y sin consulta.

Prácticamente sin nada.

Ni medios económicos, los justitos.

Y un ordenador bastante arcaico.

Decidí que a partir de ese momento yo sería mi empresa, mi multinacional unipersonal, mi trabajo, mi marca personal, mi sueño, mi vocación, mi creación y mi nueva vida.

Y aquí estoy.

Levantando mi nueva vida día a día.

Creándola desde la ilusión, la motivación y la energía vital.

Cada vez con más trabajo y más personas a las que acompañar y ayudar a encontrar su propia luz y su propio camino.

Y entrenándome cada día de mi vida.

No hay un sólo día que no respire.

Que no medite.

Que no me pare a ser consciente y a reflexionar.

Que no visualice.

Que no me enfoque.

Que no revise mi diálogo interno.

Que no me gestione emocionalmente.

Ni uno solo.

Y si hay algo que no he vuelto a hacer jamás es huir de mi mismo.

Experimento lo que la vida me dice que he de experimentar.

Sea lo que sea.

Sin miedo a sentir.

Sin miedo a ser yo.

Porque si de algo me ha servido todo lo vivido es para darme cuenta que la vida está en uno mismo.

Y si huyes de ti, huyes de la vida.

Y la vida es eso.

Abrirte a sentir tu vulnerabilidad.

Abrirte a sentir la experiencia y descubrirte en ella

Es tenerte, confiar, respirar y escuchar tu corazón pase lo que pase porque es lo único que real y seguro de tu vida.

Es ser brutalmente honesto contigo mismo.

Es ser fiel a tus auténticos valores.

Es conectar con tu esencia original.

Es ser lo que quieras ser tú.

No los demás.

Es amarte, respetarte, valorarte, y reconocerte a ti mismo.

Es ser auténtico.

Es darte el permiso de vivir como quieras vivir

Es SENTIR.

Y es darte el merecido derecho de vivir.

Eso es LA VIDA.

Y si tu eres luz y vida, no te preocupes.

Sin pretenderlo, iluminarás y darás vida a los demás.

Rafa Mota

Personal Coach

www.rafamota.com

 

 

 

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

2 Comentarios

  • Isaura dice:

    Gracias por tus sabias palabras. Yo estoy pasando por mi desierto ahora, me toca enfrentarme a todo de lo que llevo huyendo años… Y tus palabras me arropan y dan ánimo en un momento tan duro.

    Espero que pueda acudir a tu taller en alguna ciudad cercana.

    Un abrazo!

  • Yolanda Fuentes Ibarra dice:

    Buenas noches Rafa, me ha gustado mucho este articulo e incluso me he sentido identificada, no en los hechos en si que comentas sino en la vivencia, emociones reprimidas y que luego salen a la luz, una vez pasada la noche oscura del alma y asi son sanadas. La vida siempre es sabia y nos coloca justo donde tenemos que estar, simplemente para ser y dar lo mejor de uno mism@ desde la simplicidad y la magia para recibir también lo mejor…Un abrazo y enhorabuena!

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