El virtuoso arte de perderse para encontrarse (8ªparte)

By diciembre 22, 2016Conciencia, Espiritualidad

Sólo entrar en este planeta los médicos ya dijeron a mis padres que era cuestión de horas.

Que no duraría más de veinticuatro.

Está claro que se equivocaron.

Si no hoy no estaría aquí escribiéndote.

Así que sólo entrar ya tuve que luchar y pelear a fondo por quedarme.

La vida, de entrada, me dijo que tendría que espabilarme y aprender a ser fuerte para sobrevivir.

Y así lo hice.

Me quedé solo, perdido, con una sensación de abandono seguramente que durísima para un bebé, en una incubadora fría y desangelada (hace cuarenta y ocho años no eran como las de ahora), con químicos y medicamentos de todo tipo metidos en el cuerpo, algún que otro tubo y grabando emocionalmente y celularmente en mi pequeñito cuerpo Dios sabe qué.

Durante este camino que he recorrido estos últimos cuatro años he tenido la gran “suerte”  de cruzarme con un lama budista que me ayudó y enseñó a liberar a mi bebé de la incubadora y sanar así mi grabación emocional inconsciente de abandono que me ha acompañado gran parte de mi vida.

Así que en la incubadora luché, peleé, salí, sobreviví y aquí estoy para contártelo.

Tampoco es casualidad que la vida decidiera que yo naciera en una familia de pequeños empresarios donde algunas de las frases favoritas eran:

“La vida es un sacrificio”

“El negocio es lo primero”

“En la vida has de luchar mucho para conseguir algo”

“En esta vida no se puede hacer lo que uno quiere”

“Has de trabajar muy duro para ganarte el pan”

“Dedicarte tiempo para hacer cosas que no sean trabajar es ser un vago y un irresponsable”

En fin…

Frases que, muy probablemente, te deban de sonar y que yo durante muchísimo tiempo me creí pero que ahora entiendo que han sido necesarias para mi evolución personal.

Y tampoco es casualidad que en una familia donde los valores más nucleares eran negocio,  empresa,  dinero,  trabajo, sacrificio, esfuerzo, naciera un niño como yo, que de serie llevaba incorporado un propósito relacionado con el SER y con el fluir, que era justo todo lo contrario.

Seguramente necesitaba aprender algo del lado izquierdo del cerebro porque yo ya vine con el derecho más desarrollado.

Por eso la energía eligió la familia que eligió.

A mí de pequeñito siempre me gustaron las estrellas, el Universo, el infinito y todo lo relacionado con el espacio, además de, como ya sabéis muchos de vosotros, los circos y los payasos.

La inmensidad del espacio y el Universo me atraían porque, ahora lo sé, es lo que somos (infinito) y los payasos,  por la ilusión que despertaban en el alma de los niños.

Y ya de adolescente y jovencito, me gustaba todo lo relacionado con el ser humano, la filosofía, las humanidades (incluso me llegué a plantear estudiar ciencias políticas) y me atraían las conversaciones que tenían que ver con temas trascendentales de la vida.

Ser humano, infinito e ilusión.

Esa era mi esencia.

Ese era mi propósito de vida.

Era lo que realmente me conectaba a mi auténtico SER.

Todos y cada uno de nosotros llegamos a este mundo con un talento que hemos de descubrir para poder entregarlo a los demás y desde ahí poder  evolucionar, primero individualmente como personas y después globalmente como raza y como planeta.

A unos les conecta la música, a otros el teatro, la pintura, la fotografía, el baile, la creatividad, la publicidad, la abogacía, el deporte, el piano, la guitarra, las finanzas, la literatura, el riesgo, la aventura, los viajes…

Hay infinitos campos de evolución.

Y cada uno de nosotros viene a brillar en uno en particular.

Y yo siento que mi talento estaba relacionado con el ser humano, la evolución, la psicología y más concretamente con motivar, ilusionar y quizá despertar esa parte infinita que tiene el ser humano y que desconoce, o más bien, se resiste a conocer por miedo a enfrentarse a sí mismo.

Lo sabía desde que prácticamente entré en este mundo.

Pero la vida, que es sabiduría en estado puro, me puso delante  la familia perfecta para mí y la que yo necesitaba para mi evolución.

De no haber tenido la familia que tuve, con mi tendencia a  “irme al Universo”, ahora en lugar de transmitir una espiritualidad terrenal, racional y sencilla, estaría probablemente colgado en un parra, sin bajar, contando estrellas (u ovejas quién sabe) y transmitiendo milongas espirituales o celestiales, vete a saber tú.

El caso es que nací con el don en el hemisferio derecho pero la vida me hizo visitar el izquierdo durante muchos años para tener el aprendizaje necesario  y hacerme volver al centro con el equilibrio y la preparación necesaria para poder dar lo mejor de mí a los demás.

Nací teniendo  clara mi esencia  pero por miedo a no pertenecer al clan y por miedo inconsciente al rechazo de la familia traicioné mi alma y me  traicioné a mí mismo, siendo una cosa que en realidad no quería ser.

Claro que, el miedo y la traición, tratándose de un niño inocente, estaban justificados porque según mi familia esto de las estrellas y el infinito eran tonterías y chorradas y los payasos  unos muertos de hambre, tanto o más que los artistas.

Así que me creí esa mentira y decidí inconscientemente ser como la famillia.

Desde muy jovencito decidí que sería empresario.

Así que abandoné mi verdadero camino del alma para dedicarme al camino de los negocios y agradar, pertenecer y ser aceptado.

La búsqueda de aceptación, valoración, reconocimiento y respeto ha sido una constante en mi vida hasta que fui consciente y me di cuenta.

La frase favorita de mi padre era:

“Tú a callar” o “tengo razón porque soy tu padre” y con eso lo arreglaba todo.

A veces, con un puñetazo en la mesa y todos a callar.

Con lo que con una frase reventaba todo mi “pack afectivo emocional”.

Ni reconocimiento, ni valoración, ni respeto, ni amor, ni libertad ni protección.

Todo saltaba por los aires.

Con una sola frase de mi padre, mi niño inconscientemente grababa que no valía nada.

Que era un cero a la izquierda.

Con lo cual, más que heridas emocionales, eran boquetes emocionales.

Y para más inri, mi padre era de los que no hablaba.

O te callabas y tragabas o si querías defender tu opinión casi tenías que llegar a las manos.

Y para rematar la faena, la frase favorita de mi madre era:

“Mira qué bien lo hacen los demás”

Con lo que con una sola frase volvía a reventar mi pack y me dejaba a mí en la más absoluta frustración e inexistencia, porque los demás siempre eran mejores que yo.

Evidentemente mis padres lo hicieron lo mejor que supieron y lo mejor que pudieron con todo el amor del mundo y gracias a ellos ahora tengo todo este aprendizaje y soy la persona que soy.

Pero mi niño en su infancia y en su programación inconsciente grabó que no era nadie, que no existía,  y que tenía que esforzarse para que sus padres le reconocieran, le amaran, le valoraran y le respetaran.

Y encima tenía que demostrar que era mejor que nadie porque su madre siempre se fijaba más en los demás que en él.

Y ahí se forjó la “bestia”.

Fui a por todas desde que tengo uso de razón.

Tenía que demostrar que era TODO porque en mi inconsciente estaba grabado que era NADA.

Y eso era demasiado doloroso como para aceptarlo.

Ser NADA me hundía en la miseria.

Que no me quisieran me destrozaba por dentro.

Y quedarme solo y abandonado me daba pánico y terror.

Jamás lo acepté.

Y toda mi vida estuve huyendo de mi mismo.

De mis heridas emocionales.

Pero ser TODO me agotaba y me rompía una y otra vez.

Me desgasté una y otra vez con tal de no parar y sentir mi dolor.

De no sentir mi tristeza acumulada.

Mi angustia.

Mi propio abandono.

Mi falta de reconocimiento hacia mí mismo.

Yo ni siquiera sabía que existía.

Ni respiraba.

Y todo por estar metido en la dualidad.

Por huir y no permitirme SENTIR.

O me hundía sintiendo que no era  nada.

O me rompía intentando serlo todo.

Y la «verdad» no está ni en un extremo ni en otro.

Está en el centro.

En el equilibrio.

SINTIENDO.

Siendo humano y vulnerable.

La cuestión no es ser todo o nada.

La cuestión es permitirte sentir esa nada porque permitiéndotelo estás siendo todo.

Y sólo por el hecho de darte el permiso de sentir que no eres nada, aunque duela, y a veces al principio duele mucho, ya lo estás trascendiendo y sanando.

Cuando eres capaz de enfrentarte a ti mismo es cuando empiezas a ser grande.

Y trascendiendo la sombra, siempre aparece la luz.

Porque tú siempre estás, aunque todavía no te hayas descubierto

Rafa Mota

Personal Coach

www.rafamota.com

Rafa Mota

Rafa Mota

Estudié económicas, prefiriendo la filosofía, y viví durante más de veinte años en el mundo de los negocios, del estrés y del dinero sin encontrar nunca esa “felicidad” que tanto buscaba y anhelaba. Hasta que la vida, tras una gran crisis económica, financiera, personal y existencial, me puso en mi lugar. Y me di cuenta de una cosa: el gran secreto de la vida no es ni hacer, ni tener, ni buscar… es SER. Esta es la base del éxito personal.

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