Me temo que no hay nadie en este planeta Tierra que no desee encontrar la felicidad.
Seas como seas, tengas la edad que tengas, vengas de donde vengas y vivas donde vivas, tu objetivo número uno seguro que es ser feliz.
Hay quien dice que la felicidad no existe.
Que la felicidad es a momentos.
Que la felicidad de forma continuada es imposible de alcanzar.
Sobre la felicidad se han escrito mares de tinta.
Pero como en todo, al final, a cada uno le sirve su propia experiencia.
Así que hoy te voy a explicar desde mi propia experiencia cómo he llegado a descubrir la felicidad.
Me fijo que todo el mundo quiere ser feliz pero muy pocos se preparan y se entrenan para serlo.
Ahí está la clave.
En prepararse y entrenarse.
La felicidad no cae del cielo.
Hay que trabajarla.
Que a eso has venido.
A trabajar y a evolucionar para ser feliz.
Quizá vas al gimnasio.
A la pelu.
A comprarte ropa.
Al restaurante.
A bailar.
A divertirte.
Que está genial.
Pero haciéndolo no alcanzarás la felicidad.
Porque ni la pelu, ni el gimnasio, ni la ropa, ni el sexo, ni el trabajo, ni nada que venga de fuera te va a hacer feliz.
Te dará seguridad, satisfacción, placer, comodidad, diversión…
Lo que quieras.
Y posiblemente, mucha.
Y te lo pasarás en grande.
Pero alcanzar la felicidad como estado, no la alcanzarás.
Y si algún día te falla lo material, prepárate.
Porque la castaña será de órdago.
Hubo un tiempo en el que yo confundí la felicidad con comodidad, seguridad y placer.
Creía que era lo mismo.
Ahora sé que no tienen nada que ver.
Cuando no vives la vida desde ese estado de felicidad interior, que sería un estado de agradecimiento por las pequeñas cosas de la vida, tarde o temprano, siempre te acaba faltando algo.
Y cuando ya llevas un tiempo demasiado largo viviendo insatisfactoriamente en tu zona de confort, sabiendo que has de hacer algo por cambiar, pero por miedo o por pereza no haces nada, te arriesgas a dos cosas.
Una.
A pasarte lo que te resta de vida dormido, viviendo desde el victimismo una vida que no te satisface, con todo tipo de quejas y excusas.
Quejas y excusas que no son más que justificaciones para no ponerle “huevos” a la vida.
O dos.
Te arriesgas a que venga la vida y haga por ti lo que tú no te has atrevido a hacer.
Que te dé una patada y te envíe directamente a la casilla de salida para que vuelvas a empezar.
Esa opción es la que me ha tocado vivir a mí.
Tres o cuatro años antes de mi crack, algo en mi interior me decía que tenía que cambiar, pero por no querer enfrentarme a mi mismo, por miedo a cambiar mi vida pasados los cuarenta, o porque me daba pereza hacer cosas nuevas, iba tirando.
Iba tirando, tirando….hasta que la vida me tiró a la vía del tren.
Y me dijo: “ y ahora te espabilas”
No te voy a mentir.
Ha sido muy duro.
Pero mucho.
Ahora que ya todo va saliendo, parece que sea fácil.
Y que haya sido un camino de rosas.
Pero no lo ha sido.
De rositas, nada.
De espinas, una detrás de otra.
Te lo puedo asegurar.
Las espinas me han hecho crecer.
Pero hay algo que me ha hecho levantarme cada vez que me he caído.
Creer en mí cuando casi nadie creía en mi nuevo camino.
Y creer que al final había una luz aunque no la veía por ningún lado.
Habías días que ya creía salir.
Y volvía otra marea negra arrastrándome hacia atrás.
Y otra vez a levantarme.
Empezar de cero pasados los 45 años en un mundo lleno de terapeutas, coaches, psicólogos…
Con todo inventado en el mundo del crecimiento personal.
En un mundo donde todo lo que haces es nuevo y no sabes muy bien cómo te va salir.
Sin recursos económicos, con una mochila de deudas a la espalda.
Y con muy poquitas personas que me apoyaran en este camino espiritual.
Te puedo asegurar que ha sido un camino muy, muy duro.
Aunque a simple vista no lo pueda parecer.
Si alguien algún día te dice que cambiar toda una vida es fácil es que no ha cambiado la suya.
O no la ha empezado de cero.
Porque cuando te echan a patadas de tu zona confort hay un tramo muy negro hasta llegar a la zona de los sueños.
Y hay que atravesarlo.
Yo le llamo la zona oscura.
Pero si algo he aprendido en este camino es que después de la zona oscura, los sueños existen.
Esa zona mágica existe.
El camino es duro.
Pero detrás está la recompensa.
Porque la magia existe.
Y la felicidad como estado también existe.
Y no depende de lo que tengas, ni de lo hagas, ni de lo que vivas.
Depende de cómo lo vivas.
Depende de cómo lo sientas.
Depende de tu gestión.
Y depende de tu actitud.
Y la actitud no depende de que tengas veinte, treinta o cincuenta años.
No depende de la edad.
Depende de tu alma.
De la pasión que le eches a la vida.
Y del valor que le des a tus sueños.
Lo digo por aquello de “ a los 45 años estás fuera”.
¡¡FALSO!!
¡¡Completamente falso!!
Estás fuera si quieres estar fuera.
Pero si quieres comerte el mundo.
¡!Te lo comes!!
Basta con empezar a ponerle los “güevos” suficientes a la vida.
Empezar a cogerla por donde hay que cogerla.
Y empezar a concienciarte de que eres el único responsable de tu destino.
Es lo único que hace falta para cambiar el rumbo de tu historia.
Tardarás dos días.
Tres años.
Cinco.
O diez.
Pero si te lo propones y crees en ti, lo conseguirás.
Si quieres algo, trabaja por conseguirlo.
Ponle toda tu pasión.
Y ve a por ello pase lo que pase.
Si te caes, te levantas.
Si fracasas, alégrate.
Aprende la lección.
Y te vuelves a levantar.
Te levantas las veces que haga falta.
Pero te levantas y sigues.
Porque no hay nada que pueda contigo si te lo propones.
Y créeme porque sé de lo que hablo.
Si yo lo he hecho a mi edad, tú también.
Jamás te quede la menor duda.
Jamás.
Porque si dudas, no llegarás.
Si algo bueno tiene quedarse sin nada.
O prácticamente sin nada.
Es que sólo te queda ir para dentro.
A tu interior.
Y ahí lo tienes todo.
Es cuando te das cuenta de que pesar de las lágrimas, respiras.
De que a pesar de las espinas, sigues soñando.
De que a pesar del dolor, la vida sigue teniendo pasión y motivación.
Y de que a pesar de todo, sigue latiendo tu corazón.
Es todo lo que se necesita para remontar.
Con la ventaja de que el camino ya es todo de subida.
Porque más abajo no se puede ir.
Y cuando empiezas a recuperar el terreno perdido, todo es diferente.
Todo ha cambiado.
Lo que antes tenía valor, ahora ya no.
Y lo que antes no se veía, ahora sí.
Te das cuenta de lo que realmente importa en esta vida.
Respirar.
Amar.
Abrazar.
Sentir.
Acompañar.
Acariciar.
Emocionarse.
Llorar.
Disfrutar.
Vivir.
Porque el verdadero valor no es material.
El verdadero valor de la vida es intangible.
No se ve.
Sólo se siente.
Porque se vive desde el corazón.
Y aquello que un día ni existía.
Ahora es lo que centra tu atención.
Las miradas.
El tacto.
El roce.
La ternura.
Las lágrimas
La sensibilidad.
Las personas.
El alma.
El corazón.
El brillo de los ojos.
Y todo aquello que tiene la capacidad de erizarte la piel sin un solo euro.
Eso es felicidad.
Y sí.
Si es permanente.
Y existe.
Que no te fijes en el día a día no significa que no exista.
Significa que no la has descubierto.
Todavía.
Rafa Mota
Personal Coach