Nunca me gustaron las matemáticas.
De jovencito los profesores de esta asignatura siempre me decían que el problema mismo lleva implícita la solución.
Bueno, la comprensión misma del problema te lleva a la resolución.
A lo que siempre me decía, pues debo ser tonto.
Porque ni comprendo el problema ni encuentro la solución.
Y mira por donde, de mayor y sin dedicarme a las matemáticas, aunque creo que en el fondo todo se toca, lo he llegado a comprender.
El problema mismo te trae la solución.
Todo está unido.
Sólo que tu mente lo separa y en lugar de encontrar la solución.
Vives en el problema.
Por eso entras en bucle.
Así que la vida es como las matemáticas.
Para saber resolverla, primero has de comprenderla.
Saber de qué va.
Si no, se convierte en un verdadero problema.
Y muchas veces de difícil solución.
Pero no.
Ni es un problema, ni es un misterio, ni es un sufrimiento.
Es un jeroglífico.
Y además, mágico.
Donde todo es perfecto.
Donde cada pieza está donde debe estar.
Y donde todo aparece cuando ha de aparecer.
Sólo que todo está encriptado y escondido.
La vida que ves sólo es el resultado.
La vida no es la que ves.
Es la que no ves.
De ti depende “ver” la solución o mantenerte en el conflicto.
De ti y de tu grado de comprensión.
A mayor comprensión, más proacción y más paz.
A menos comprensión, más reacción y más sufrimiento.
Así que yo te lo explico para que lo “veas”.
Imagina que tú llegas aquí siendo auténtica luz.
Lo de la luz te puede sonar a friki, pero no hay nada más científico que eso.
Tus partículas más elementales son gluones (energía nuclear) y fotones (energía electromagnética).
Ciencia pura y dura.
Así que, aunque te suene a friki, eres luz.
No es nada espiritual.
Es científico.
Lo digo para que a partir de ahora si alguien te dice que eres luz no le preguntes si fuma porros o si está “pallá”.
Que también puede estarlo , pero no por lo de la luz.
Pues bien.
Asumido lo que realmente eres, sigamos.
Naces siendo energía pura brillando con luz propia.
Fotoncitos.
A esa energía le puedes llamar amor.
Auténtico amor.
Del sano.
Del que te une.
Puedes ponerle incluso un color.
El blanco puro y auténtico.
Pero a medida que vas creciendo te vas infestando de una energía impura llamada ego.
A esa energía le puedes llamar miedo.
Auténtico miedo.
Del tóxico.
Del que te separa.
Puedes ponerle un color.
El negro, oscuro y opaco.
Y hasta los doce años aproximadamente, algunos hasta más tarde, el blanco se va tiñendo de negro.
Lo que brillaba ya no brilla.
Lo que era energía blanca ahora es energía negra.
Y lo que antes era esencia, ahora es ego.
Pero de eso trata este juego llamado vida.
De primero teñirte para luego descubrirte.
De experimentar aquello que no eres para descubrir lo que eres.
Ni más ni menos que de hacer alquimia con tu vida.
De transformar la sombra en luz.
A eso has venido.
A convertirte en el alquimista de tu vida.
Y a dar luz a este mundo.
Que visto lo visto, está claro que lo necesita.
Porque si no se va muy pronto al garete.
Con el tiempo, vas creciendo llenándote de ego.
Cada día infestándote un poquito más.
Y una vez te has hecho mayorcito y tu luz se ha apagado por completo.
La vida lo único que hace es recordártelo.
Te empieza a dar guantazos para que te enteres de que tu luz está apagada.
O sea, te empieza a dar problemas.
Que en realidad no son problemas.
Son las soluciones a tus problemas.
Porque en la vida no hay problemas, hay soluciones.
¿Pero tú que haces?
Te quedas en el problema sin ver la solución.
Por eso entras en bucle.
Porque en lugar de utilizar los problemas para ir hacia dentro y darte cuenta de qué tecla has de trabajar para encender tu luz.
Vas para fuera, te peleas con ellos y te apagas todavía más.
Y encima dices:
¡Qué mala suerte tengo!
No.
Es al revés.
Qué suerte tengo y qué bien me trata la vida que me da un toque de atención para que «lo vea».
El verdadero problema es que si no lo ves o te haces el loco, la vida te va apretando cada día un poco más.
Hasta que te enteras.
La vida siempre te trae el problema con la solución incorporada.
Pero en lugar de liarte a tortazos con el problema.
Has de sentarte a comprender la solución.
Y la pregunta para hacerlo es:
¿Qué te sucede a ti con el problema?
¿Por qué te afecta tanto?
¿Qué sientes y qué piensas con respecto a ese problema?
¿Para qué te ha llegado ese problema?
Y cuando lo encuentres, tendrás la solución.
Pero tú solito.
Deja al mundo en paz.
Y así habrás descubierto el sentido de tu vida.
Transformar tu sombra en luz.
Pero si no observas que vives en la sombra nunca llegarás a la luz.
O lo que es lo mismo.
Si te resistes al problema jamás lo resolverás.
Y es que la vida es como las matemáticas.
El problema siempre te trae la solución.
Así que tu problema, no es el problema.
Es la solución.
Rafa Mota
Personal Coach
www.rafamota.com